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Actualizado: 5 de junio de 2025


Jacinta era de estatura mediana, con más gracia que belleza, lo que se llama en lenguaje corriente una mujer mona. Su tez finísima y sus ojos que despedían alegría y sentimiento componían un rostro sumamente agradable. Y hablando, sus atractivos eran mayores que cuando estaba callada, a causa de la movilidad de su rostro y de la expresión variadísima que sabía poner en él.

Sacáronla del encierro al día siguiente temprano, y al punto se puso a trabajar en la cocina, sumisa, callada y desplegando maravillosas actividades.

Bajando está siempre de mi pensamiento a mis labios; mío es aunque no quieras, y al dormirme siento que se me asoma a la boca para guardarte todo el aliento de mi vida. ¡No! , libre como el aire; yo esclava, quieta, callada y mansa como el agua eternamente enamorada del cielo que, aun sin darse cuenta de ello, igual refleja los alegres arreboles del alba que las tristes nubes de la tempestad.

Y sin embargo, la gran República comercial permanece callada, ignora a Colón, y solo uno de sus funcionarios le escribe para darle las gracias cuando hace un regalo valioso a la ciudad que llama su patria... Que Colón era extranjero lo tengo por indudable; lo prueba, además, la carta de naturalización que dieron los Reyes Católicos a su hermano menor, don Diego, que era sacerdote, para que pudiese gozar en Castilla de beneficios y rentas.

Alguna palabra suelta, suspiros y lamentaciones del pobre enfermo, eran la única expresión verbal de aquella triste escena, más elocuente cuanto más callada. El médico vino al fin. Cándida, no quiso dejarle de la mano hasta entrar con él en la casa. Era un viejo afable, de la escuela antigua, excelente diagnosticador, tímido para prescribir, y según se decía, poco afortunado.

De tiempo en tiempo, el rumor de un eco en el interior de la selva, y luego de nuevo la paz callada extendiendo su imperio sobre todo lo creado... La suave y deliciosa quietud dura poco; un ejército invisible avanza en silencio, y un instante después se sienten picaduras intensas en las manos, la cara, en el cuerpo mismo al través de las ropas.

Don Víctor era un viejo tal vez amigo de los amores fáciles, pero jamás había pasado su atrevimiento de alguna mirada insistente, pegajosa, y algún piropo envuelto en circunloquios que no le comprometían. El ama era muy callada, muy cavilosa; o no tenía nada que tapar o lo tapaba muy bien. Sin embargo, Petra había adquirido la convicción de que aquella señora estaba muy aburrida.

Una coincidencia. ¿Rubia, con ojos azules? ¡Hay tantas! Mónica presenciaba, respetuosamente callada, la actitud pensativa de su amo; y al cabo de unos minutos, creyendo que estorbaba, se despidió: ¿Tiene el señor algo que mandarme? Nada, Mónica, gracias. Que se mejore el señor.

Una tradición en boca del pueblo, que nadie escucha, y esa gran tumba de héroes sepultada entre olivos, sobre la cual las simbólicas ramas de éstos estampan por solo epitafio: ¡Paz á los muertos! Parecía aquella morada comunicar algo de su gravedad y silencio á la familia del capataz que la habitaba. Era éste un hombre austero; su mujer era callada, y sus hijos tímidos.

Desde entonces, como lo que Severiana más temía era quedarse desacomodada, no había impertinencia que no sufriese ni fatiga que no soportara. Era una criada modelo, sumisa, respetuosa, incansable y callada.

Palabra del Dia

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