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Actualizado: 30 de abril de 2025


El moro Tarfe promete á su amada Alisa depositar á sus pies las cabezas de los tres campeones cristianos más famosos, á saber, de Gonzalo de Córdoba, del conde de Cabra y de D. Martín de Bohorques. Ella no atribuye gran precio á este don, y sólo desea alejar á su amante, porque ama á Celimo, que no le corresponde por la amistad que lo une á Tarfe.

Pasaban otras parejas como ellos; pasaban perros, algún guardia civil acompañando a una criada decente; pastores conduciendo cabras; pasaban también hormigas, y de cuando en cuando pasaba rapidísima por el suelo la sombra de un ave que volaba por encima de sus cabezas. Y ellos charla que charla. Miquis empezó contándole su historia de estudiante, toda de peripecias graciosas.

Si no tenías dinero, podías haberte quedao dando cabezás contra el mostrador, ú poniendo bizmas a la vieja, que paece un vencejo atontao. ¡Carola! ¡Señora! Aquí no hay más señora que una fiera, porque ¿sabes lo que te digo? Que me temo que te lo estés gastando con otras; ¡conque fuera de aquí, a buscar guita! Lo que decía mi pobrecita madre: «sin bolsa llena, ni rubia ni morena».

La coleccion de cabezas los mas famosos bandidos ó criminales es tan variada como perfecta, por la exactitud de imitacion, que revela el gesto, la mirada, el pensamiento, los instintos y los sentimientos de cada individuo; reproduciendo con absoluta fidelidad todas las protuberancias, los perfiles y las especialidades de cada cabeza y cada faz humana que ha figurado en los fastos del crimen.

El viento parecía haberse detenido, y el humo se quedaba sobre nuestras cabezas, envolviéndonos en su espesa blancura, que las miradas no podían penetrar. Distinguíamos tan sólo el aparejo de algunos buques lejanos, aumentados de un modo inexplicable por no qué efecto óptico o porque el pavor de aquel sublime momento agrandaba todos los objetos.

Poseía más de treinta cabezas de ganado mayor, casa, huerta, algunos campos extensos, muchos castañares y sobre todo un número tan considerable de emparrados de avellana que le hacía recoger algunos años cuarenta cargas de esta fruta. ¡Y en aquella época valía la carga veinte duros!

Por encima de las cabezas sólo se veían pasar piedras, y los que las habían arrojado se lamentaban de que éstas no pudiesen llegar hasta el ser á quien iban dedicadas. Gillespie adivinó instintivamente la agresividad contra él que parecía diluida en el espacio. Por esto no quiso escuchar en los primeros momentos los consejos conciliadores que le daba el profesor.

Felizmente no le aconteció aquella vez lo que en la desgraciada noche de su llegada; no perdió la serenidad al encararse con las mil cabezas del público y ver abierto ante el abismo de tanta atención, expresada en tantos ojos.

En cuanto se ve sola con Juan, le murmura en tono de súplica: Ve a buscar las canciones. Entonces se sientan en un rincón retirado, y juntan sus cabezas; durante la lectura sienten con delicia que un estremecimiento de voluptuosidad les recorre el cuerpo. He aquí, en primer lugar, esa poesía extraña: EL CONDE ORSINSKI A SU AMADA

Pero ellos no le dejaban reposo; lejos de eso, le seguían con más tenacidad y más de cerca, le chupaban más y más ávidamente, hasta la médula, todo el vigor de su juventud. ¿Y de qué le servía dominarlos, si alguna vez lo conseguía? A esa hidra le brotaban sin cesar nuevas cabezas.

Palabra del Dia

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