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Actualizado: 14 de junio de 2025
Luschía, el jefe, era uno de los tenientes del Cura y además capitaneaba su guardia negra. Sin duda, gozaba de la confianza del cabecilla. Era alto, huesudo, de nariz fenomenal, enjuto y seco. Tenía Luschía una cara que siempre daba la impresión de verla de perfil, y la nuez puntiaguda. Parecía buena persona hasta cierto punto, insinuante y jovial.
Al día siguiente fue pasado por las armas en el foso de las fortificaciones D. Santos Ladrón, que murió valiente como español y resignado como cristiano. Después sufrió igual suerte Iribarren, cabecilla menos célebre que el primero.
No esperó el cabecilla á que le repitieran el aviso y dando gritos de "¡Pronto, muchachos, que viene la infantería!", abandonó el horrible teatro de su "hazaña", seguido de sus ochocientos partidarios, que se retiraron en pos de su jefe con dirección á La Prueba. Hoy han llegado á Santiago de Cuba multitud de familias, víctimas de La Maya.
Sin hacer mucho caso de su amigo, D. Baldomero leyó en voz alta la noticia o estribillo de todos los días. «La partida tal entró en tal pueblo, quemó el archivo municipal, se racionó, y volvió a salir... La columna tal perseguía activamente al cabecilla cual, y después de racionarse...». «Ea dijo sin acabar de leer , vamos a racionarnos nosotros. El marqués no viene. Ya no se le espera más».
Como veinte años antes de la historia que vamos narrando, llegaron a la ciudad donde sucedió, un caballero de mediana edad y su esposa, nacidos ambos en España, de donde, en fuerza de cierta indómita condición del honrado don Manuel del Valle, que le hizo mal mirado de las gentes del poder como cabecilla y vocero de las ideas liberales, decidió al fin salir el señor don Manuel; no tanto porque no le bastase al Sustento su humilde mesa de abogado de provincia, cuanto porque siempre tenía, por moverse o por estarse quedo, al guindilla, como llaman allá al policía, encima; y porque, a consecuencia de querer la libertad limpia y para buenos fines, se quedó con tan pocos amigos entre los mismos que parecían defenderla, y lo miraban como a un celador enojoso, que esto más le ayudó a determinar, de un golpe de cabeza, venir a «las Repúblicas de América», imaginando, que donde no había reina liviana, no habría gente oprimida, ni aquella trabilla de cortesanos perezosos y aduladores, que a don Manuel le parecían vergüenza rematada de su especie, y, por ser hombre él, como un pecado propio.
Este hombre, que fué uno de los más entusiastas propagandistas de las doctrinas del llamado "Partido Independiente de Color", recibió de manos de Estenoz, en pago de sus servicios á la causa negra, el diploma de Coronel de Estado Mayor, y provisto de este documento, marchaba con la partida del cabecilla Heredia, al ocurrir la sorpresa de Kentucky, que vamos á referir suscintamente, y sin más objeto que satisfacer á las numerosas personas que nos preguntan todos los días por qué el Teniente Ortiz no dió muerte á Surín.
Después de vacilar un momento se contestaba con amargura, «Porque no me creerían. ¿Cómo habían de creerme y hacer caso de mí, si yo también he sido alborotador, cabecilla, intrigante, aventurero y hasta un poco charlatán? ¿Si he sido todo lo que condeno, cómo han de fiar de mí al verme condenar lo que he sido? ¿Si exploté la industria del pobre en este país, que es la conspiración, cómo han de ver en mí lo que realmente soy?
Aresti vió pasar á Urquiola con el revólver fuera del bolsillo, seguido de alumnos de Deusto y de fuertes aldeanos, como un cabecilla, orgulloso de poder realizar dentro de Bilbao lo que sus antecesores sólo intentaron en las montañas inmediatas, durante los dos famosos sitios. ¡Viva Vizcaya! ¡Viva la religión y Nuestra Señora de Begoña! ¡Mueran los liberales!
Se dispuso la gente a lo largo del camino, de dos en dos; los más lejanos irían, avisando cuando apareciera la diligencia y replegándose junto a la venta. Martín y Bautista se quedaron con el Cura y el Jabonero, porque el cabecilla y su teniente no tenían bastante confianza en ellos. A eso de las once de la mañana, avisaron la llegada del coche.
Lo que la joven le dijo debió ser tan importante y halagüeño, que el viejo cabecilla le dijo con voz conmovida, apretándole la mano y dándole un beso en la frente: Hija mía, usted va a ser nuestra salvación. Dios quiere poner en unas manos tan delicadas la suerte de muchos valientes y ¡quién sabe si también el triunfo de la causa!
Palabra del Dia
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