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Actualizado: 14 de junio de 2025
Asombra el número de curas que, hechos fieras, recorren los campos: los hay agregados a cuerpos o divisiones bien organizadas, y otros que, sin reconocer jefatura, van por donde quieren, cometiendo fechorías. Ahora dicen que anda por estos contornos una partida con un cabecilla al frente, también cura, que acaso sea el autor del fusilamiento presenciado por Pateta. Si le pillamos, se divierte.
El cabecilla Sarasa se sublevó una mañana, y haciendo prisionero a Iturralde, proclamó a Zumalacárregui comandante general de Navarra. Por este procedimiento, que más que navarro era español puro, se unificó la insurrección, y los voluntarios carlistas no tuvieron ya sino un solo jefe. Este desplegó desde el primer momento energía colosal.
Se le acusa a usted de servir de intermediaria en la correspondencia entre el marqués de Revollar, ministro y consejero del Pretendiente, y el cabecilla don César Pardo, desterrado hace poco tiempo, por virtud de sentencia firme del Consejo de guerra, reunido en catorce de marzo.
El sistema más eficaz para calmarle y hacerle tomar las medicinas era contarle las hazañas del cura de Irañeta y del cabecilla Mongelos, dos tipos de la guerra de salteadores.
Un día la mestiza, á quien sirve la niña, necesitó un ser de sus condiciones; habló con la cabecilla, y previos justos y legítimos pagos, le transmitió la propiedad, sin que para nada interviniera la voluntad de la enajenada. Se dirá: pero la esclavitud ¿existe en Filipinas? ¿no hay leyes? ¿no velan justos tribunales? Los hay; pero ¿qué sabe la pobre niña de leyes, de jueces, ni de derechos?
Además, se le acusa a usted de haber asistido y tomado parte en varias reuniones que los conspiradores de Nieva han celebrado con asistencia del mismo fugado cabecilla y de otros varios reos políticos. En estas reuniones usted ha usado de la palabra alentando a la rebelión y suministrando ideas para que lograse éxito feliz.
Campos Marquetti defiende la Ley Morúa. Nuestro Corresponsal, con sus disparos de Shrapnell criollo, causó ciento noventa muertos vistos al enemigo y ocupó el dedo gordo del pie derecho de un cabecilla. Todo esto y mucho más hubiera podido anunciar á mis ansiosos lectores, y para ello habría bastado que un grupo de alzados detuviera el tren.
Después este cabecilla, que dicen nombrarse Ducauron, ordenó y así se hizo, que fuera incendiada una báscula de pesar caña allí instalada. Terminada esta operación, un corneta dejó oir un toque muy breve que fué la señal de retirada. Todos á una abandonaron la población, no sin llevarse catorce cerdos de una pobre mujer, que estaban en un corral, dispuestos para ser embarcados.
Con este motivo, un muchacho joven, exseminarista, apellidado Dantchari y conocido también por el mote de el Estudiante, que formaba parte de la partida, recordó la canción de Vilinch, que se llama la Canción del Potaje, y, como en ella el autor se burla de un cura tragón, tuvo que cantarla en voz baja, para que no se enterara el cabecilla.
Aquellos curas armados y vociferantes, los aldeanos fuertes y sumisos como bestias, los señoritos con aires de cabecilla, eran el eterno enemigo. Los soldados husmeaban en ellos á los que en otro tiempo habían asesinado en las montañas á sus hermanos, y que aun ahora deseaban volver á la lucha de emboscadas.
Palabra del Dia
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