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Actualizado: 27 de junio de 2025


Desnudaron las espaldas de ambos jóvenes y se vieron estampadas en ellas las salamandras. No cabía duda; eran hijos de Abaris, y por consiguiente hermanos. Todo se aclaraba y se justificaba así. El amor que se habían tenido era fraternal: nacido de la fuerza del parentesco.

Vete, si no me amas, si sospechas de , si no me estimas. No exhalarán mis labios una queja, si para siempre me abandonas y no vuelves a acordarte de ... La contestación de D. Luis no cabía ya en el estrecho y mezquino tejido del lenguaje humano. Don Luis rompió el hilo del discurso de Pepita, sellando los labios de ella con los suyos y abrazándola de nuevo.

No cabía duda, era la carcajada de Mesía. Estaba hablando con los señores del dominó en la sala contigua. Le acompañaban Paco Vegallana y don Frutos Redondo. Llegaron a donde estaba Ronzal. Este había vuelto a sentarse y se quejaba de que se le había enfriado el café, que tomaba a pequeños sorbos. Había hecho una seña a los del corro. Quería decir que callaba por pura discreción.

Que se fuera, porque la iba á comprometer; que si era verdad que se interesaba por ella, se marchara al momento, no dando lugar á que le vieran allí. Y él, ¿qué dijo? preguntó Lázaro, que no cabía en de zozobra. Mil cosas, mil monerías. Lo cierto es que el amo entró y le vió. Se enfadó mucho, nos riñó mucho. Y á él, ¿qué le dijo? Nada. A nosotras nos estuvo riñiendo todo el día.

Se puso a escribir largo el hombre de La Edad de Oro, como quien escribe una carta de cariño para persona a quien quiere mucho, y sucedió que escribió más de lo que cabía en las treinta y dos páginas.

Desde que entró a servir en su ramo y en la categoría que le cuadraba, estaba el hombre que no cabía en su chaleco. Hasta parecía que había engordado, que tenía más pelo en la cabeza, que era menos miope, y que se le habían quitado diez años de encima. Se afeitaba ya todos los días, lo que en realidad le quitaba el parecido consigo mismo.

Algunas semanas después, la enfermedad de D.ª Carmen se agravó extremadamente. Ya no cabía duda a los médicos de que su fin estaba muy próximo. La postración era absoluta. No le quedaba en el rostro más que la piel y sus grandes ojos tristes y benévolos que se fijaban con extraña intensidad en cuantos se acercaban a ella, cual si tratase de leer en las fisonomías el terrible secreto de su muerte.

La mula casi tocaba con las orejas el techo, y parecía más enorme, disparatadamente grande, en su mezquino albergue. Maltrana pensó en los milagros de la costumbre, en la agilidad de aquel animal para deslizarse todos los días por el pasadizo lóbrego, en el que apenas cabía un hombre.

, la señorita Guillermina la quiere mucho... Como que ella y Mauricia son hijas de la planchadora de la casa... ¡Severiana!... ¿Dónde está esa mujer? En la compra replicó Adoración. Vaya, que eres muy señorita. La otra, que se oyó llamar señorita, no cabía en de satisfacción.

¡Ah, ma belle! decía una voz sonora. ¿Con que así tratas á un viejo soldado que hace tiempo no ha visto tan siquiera una buena moza inglesa? ¡Por el filo de mi espada! aguarda un poco y en lugar de un beso te daré media docena.... Una exclamación de alegría se escapó de los labios sonrientes de Roger y Tristán. ¡Era Simón, no cabía duda!

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