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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Apartábase la ladera de la vecindad del camino, formando un exiguo valle. La roca aparecía entre los árboles cortada verticalmente, y desde lo más alto de ella desplomábase una masa de agua chocando con las puntas salientes del basalto. Hervía esta agua en varias caídas con blancos espumarajos. El menudo polvo que levantaban sus burbujeos tomaba los reflejos del iris bajo la luz del sol.
A las cuatro, cuando se hizo salir un rato a los enfermos a tomar el aire, las avenidas estaban completamente secas, el suelo parecía de piedra y las hojas caídas crujían bajo las pisadas. El doctor, Pomerantzev y Petrov se paseaban a lo largo de la avenida.
Las unas en camisa, desgreñadas, Las otras dando gritos, mal cubiertas; Las otras medias caras afeitadas, Caidas, desmayadas
Las personas que viven siempre unidas Suelen á veces contemplar caidas Las hojas del amor y del placer; Hojas que de la espléndida guirnalda, Bajan de la belleza hasta la falda, Y el viento del dolor viene á barrer.
Era un amigo: la portera se había descuidado. Otro campanillazo, dos más, el último a la desesperada, mucho más fuerte... y el inoportuno bajó lentamente la escalera como quien da tiempo a que abran y le llamen. Las tres menos diez. Hasta las flores, mal puestas en los búcaros, caídas y doblados los tallos, parecían cansadas de esperar. Silencio completo.
Y como viera que la causa principal el perrazo bayo había desaparecido del sitio de la catástrofe, Lorenzo se aventuró a montar de nuevo, estimulado sin duda por la experiencia recogida, que le enseñaba cuánto suelen ser de soportables algunas caídas.
No pude, sin embargo, distinguir voces humanas. Lentamente me abrí paso a través de las hojas caídas hasta que hube orillado todo el bosque, y entonces saqué la consecuencia de que debían haberlo cruzado por alguna senda extraviada y luego haber penetrado en el parque.
El capitán andaba con triste vaivén, caídas las mustias plumas sobre el rostro lívido, sin otra preocupación que defender la vestimenta gloriosa de roces y manotones. ¡Respeto al uniforme!... Gallardo abandonó la procesión poco después de salir el sol. Había hecho bastante acompañando a la Virgen toda la noche, y seguramente que ella se lo tomaría en cuenta.
El gigante continuó disparando proyectiles de la misma especie. Corrían las damas, levantándose las faldas para huir con más rapidez. Otras pataleaban caídas en el suelo, pidiendo á gritos que las librasen de esta inundación aglutinante que las había clavado sobre el pavimento.
Cecilia, con la cabeza baja y las manos caídas y cruzadas, le escuchaba esperando que después de soltar el fardo de sus disgustos, la cólera del joven se aplacase. Y así fué. Después que ya no tuvo más palabras en el cuerpo, cubriéndose con la sábana hasta los ojos dejó escapar una serie interminable de resoplidos entremezclados de frases incoherentes.
Palabra del Dia
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