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Y los carreteros de cutis curtido, que restañaban alegremente el látigo al pasar por la ventana baja en la que la silla alta del niño Carlos reemplazaba al gran sillón de la de Raynal. Y los aldeanos que volvían de los campos, agobiados bajo el peso del haz de hierbas, de leña o de espigas, levantaban la espalda encorvada para sonreírle.

Cada uno de los aparatos era manejado por tres barberos, que rascaban con energía este cutis humano más grueso que el de un elefante del país, llevándose una gruesa ola de espuma, con las cañas negras de los pelos cortadas al mismo tiempo. Abajo, en torno de las piernas del Hombre-Montaña, el desorden iba en aumento. Los jinetes eran escasos para contener la creciente muchedumbre de curiosos.

Los ojos de Angué son negros, cual negras son sus largas pestañas y su hermoso pelo, que esparcido en hebras le cubre la espalda y los hombros, haciendo resaltar el color cobrizo de su cara, rasgo característico de la india, en cuyos cutis jamás encontraréis otro color. La nariz es menos chata que las de su raza.

Mujer servicial, de buen semblante, cutis fresco, tenía los labios siempre ligeramente apretados como si creyera estar en el cuarto de un enfermo en presencia del médico o del pastor. Pero no lloriqueaba nunca; nadie la había visto nunca derramar lágrimas.

Elogiaban mucho el traje; pero más aún la figura. Decían que no había ninguna niña en el baile que pudiera competir con la frescura de usted; que tenía usted un cutis como raso, cada día más terso y brillante. ¡Jesús, qué tontería! Esas son payasadas, Emilio. En otro tiempo, no digo.... No, Pepa, no; el cutis de usted es proverbial en Madrid. Ya daría Irene algo por tenerlo como usted.

Aquel culto fervoroso de su cuerpo, contribuía no poco a realzar y aumentar sus gracias. Como un artista toca y retoca incesantemente su obra, sin que le parezca jamás bastante acabada, así la joven esposa cuidaba de sus cabellos, de su cutis, de sus dientes, de sus manos, sin cansarse jamás.

Si el cutis moreno, inalterable y terso de María, hubiera podido revestirse de otro colorido, la púrpura del orgullo y de la satisfacción se habría hecho patente en sus mejillas, al escuchar estos exaltados elogios en boca de tan eminente personaje y competente juez.

Su piel era lustrosa, fina, cutis de niño con transparencias de mujer desmedrada y clorótica. Tenía el hueso de la nariz hundido y chafado, como si fuera de sustancia blanda y hubiese recibido un golpe, resultando de esto no sólo fealdad sino obstrucciones de respiración nasal, que eran sin duda la causa de que tuviera siempre la boca abierta.

Feliz de verla restablecida, feliz de ser necesario, feliz de encontrarla tan bella. Verdad es que el sol ha tostado su cutis, pero ¡qué joven está! ¡Qué vida respira su mirada encantadora! ¡Qué dulce reflejo de salud en sus sedosos y magníficos cabellos que ondulan al viento! ¿Es fábula lo que se acaba de leer?

Uno de los más salvajes y pringosos vertió en su oído, al cruzar, una de esas brutalidades que enrojecería súbito el cutis terso de una miss inglesa y le haría llamar al policeman y hasta quizá pedir una indemnización.