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Actualizado: 16 de junio de 2025
Procuraba sofocar sus deseos, apagar la impaciencia; mas a despecho suyo un diablo tentador hacía brincar su corazón de gozo cada vez que tal pensamiento le acudía al cerebro. Con astucia infernal, Salabert hacía lo posible por introducir la desconfianza en el ánimo de su esposa. Unas veces de un modo solapado, otras cínico y brutal, vertía en su alma el veneno de la sospecha.
Ya, ya... dijo el dominico, sonriendo con guasa . Has buscado en esta urraca a Diógenes; has creado tu Diógenes, el cínico, el que hablaba con claridad odiosa, y para que nada falte, le has encerrado en su tonel. Y tú, ¿qué eres: socrático, platónico, peripatético, sofista?
Sentado en un banco Agapo, el filósofo cínico, ha visto con mirada distraída el desfile de bolsistas; tiene sobre sus rodillas un periódico doblado en cuatro, a guisa de servilleta, y come tranquilamente una rueda de salchichón, un trozo de queso, pan y dos naranjas, de postre.
Caracterizábale una libertad grosera en el hablar, un desprecio cínico hacia las personas, aun las más respetables, y una ignorancia que rayaba en lo inverosímil. Sus chistes eran de lo más burdo y soez que es posible tolerar entre personas decentes. Alguna vez daba en el clavo, esto es, tenía alguna ocurrencia feliz; mas, por regla general, sus chuscadas eran pura y lisamente desvergüenzas.
Era tan lealmente cínico en cosas de amor, que sólo una loca o una pervertida tendría la desvergüenza de dejarse cortejar seriamente por él. En este exceso de mala fama, en esta aureola de escándalo, estaba precisamente la salvaguardia de Emilia, que tenía intachable reputación de prudente y discreta.
¡Oiga usted, grosero, sucio, cínico, desorejado! rugió D. Peregrín cogiendo por el cuello al contrahecho y sacudiéndole con rabia. Acto continuo le vuelvo a usted, y con estas botas gordas que usted ve aquí le doy a usted dos puntapiés en el trasero. El físico de D. Peregrín no era a propósito para infundir terror pánico en el corazón de sus enemigos.
Pero los detalles son curiosos e irresistiblemente cómicos para un cínico como este diablo de Kisseler. Apenas entró, estando todos ya a la mesa, pues, según costumbre, llegaba tarde, empezó a contar la cosa con una gracia, con una mímica y con un lujo de detalles verdaderamente chistosos.
Con acento un poco cínico, comentarió, riéndose: Está mal hecho..., ya lo sé, ¡qué demonio!; pero yo necesitaba salir de Rucanto a escape, sin despedidas ni explicaciones; me hacía falta dinero, y ya, de coger algo, cogí todo lo que había...; ¡que se arreglen como puedan!... Venía yo de muy mal humor...; sacrificarse duele, hombre; hace mala sangre y pone la vida oscura.
Mi tía Medea sostuvo con argumentos sin réplica y resoluciones inapelables, que demasiado había hecho ella consintiendo en cargar con hijos de otro. ¡Si no tiene usted familia, usted solo tiene la culpa! ¡Mi padre tuvo diecisiete hijos y sólo fue casado dos veces! ¡Bien, Medea, tienes razón, yo tengo la culpa! ¡Y es usted tan cínico que lo confiesa! ¡Pero si es por complacerte!...
Escuchó, entonces, los más imprevistos discursos, obscenas historias de convento, fablas chocarreras de clérigos amancebados; oyole decir al canónigo Zapata que el Papa era un asno; oyole contar al capitán Palominos, con cínico donaire, que en la campaña de Portugal, después de un día entero de combate, sus soldados, penetrando en una iglesia de Oporto, se bebieron el agua de las pilas, y que a él, por ser el capitán, le ofrecieron el aceite de la lámpara del Santísimo.
Palabra del Dia
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