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Actualizado: 16 de junio de 2025


Mientras el tío Frasquito buscaba en vano otro agujero y decidíase, no encontrándolo, a abrirlo él mismo disimuladamente con un cortaplumas, una gran sombra apareció en el fondo de la escena, deslizándose muy despacio, con el cuerpo agobiado, los pies arrastrados, la mano extendida... Era Diógenes, el cínico Diógenes, que al ver a los tres personajes pegados al telón, vueltos de espalda y puestos en cuclillas, detúvose un momento, dejando escapar una risa silenciosa, risa de chacal, risa de hiena, que de verla el tío Frasquito hubiera sentido erizarse los pelos e su peluca.

Hemos sido compañeros de cuarto en Marmolejo hace unos tres meses, poco más o menos... cuando Gloria estaba allí tomando las aguas, ¿sabusté? Era el mismo hombre cínico y displicente. Sus ojillos negros y aviesos bailaban, sonrientes, de a D. Oscar, reluciendo de malicia. Si fuera posible quedar más desconcertado y confuso de lo que estaba, quedaría, seguramente, con estas palabras.

Si hubiera observado la expresión iracunda y despreciativa que debió presentar mi rostro en aquel instante, tal vez habría un serio conflicto. Por fortuna, yo no le preocupaba a la sazón poco ni mucho. Se puso al lado de la hermana y, con el aplomo cínico que le caracterizaba, trabó conversación con ella. Usted es sevillana, ¿verdad? Para servir a usted.

Tellagorri era un sabio, nadie conocía la comarca como él, nadie dominaba la geografía del río Ibaya, la fauna y la flora de sus orillas y de sus aguas como este viejo cínico.

Don Álvaro, que sabía presentarse como un personaje de novela sentimental e idealista, cuando lo exigían las circunstancias, era en lo que llamaba El Lábaro el santuario de la conciencia, un cínico sistemático. En general envidiaba a los curas con quienes confesaban sus queridas y los temía.

Y Diógenes, el cínico Diógenes, que se burlaba de la opinión del mundo entero y hacía gala de revolcarse en los más inmundos lodazales, sintió, ante la repugnancia de aquel ángel, que una gran vergüenza invadía su corazón y subía hasta su frente, tiñéndola de carmín, y asomaba a sus ojos llenándolos de lágrimas... Por tres días enteros estuvo sin beber una copa; al cuarto, rindióle el vicio otra vez; mas jamás volvió a besar a la niña.

Aquella mujer dominante y soez se gozaba en vejarla de mil modos, cosa que no había hecho ninguna de sus antecesoras. En el paseo, cuando iba con su marido en coche, el de la Amparo se colocaba a su lado: con cínico descaro la ex florista cambiaba con el duque sonrisas de inteligencia.

Un cínico atrevimiento de librería que ha triunfado para siempre... Pero el vulgo, amigo Ojeda, quiere que sus héroes sean desgraciados, para amarlos con la simpatía de la conmiseración. Vea usted a Goethe el más grande tal vez de los poetas de nuestra época.

Pepe concluyó por sufrir con paciencia aquel tono entre cínico y burlón de su querida. A fuerza de charlar logró hacerlo desaparecer. Clementina, cuando estaba tranquila, era afectuosa, alegre, pronta a compadecerse y a los rasgos de generosidad; su rostro, tan bello como original, no adquiría nunca dulzura, pero una expresión bondadosa y maternal que lo hacía muy simpático.

Y su cara viciosa, ajada prematuramente, completó estas palabras con un gesto cínico. Maltrana saludó al vigilante de la sección de los niños: un viejo de hirsutas barbas, con una expresión de bondad en los ojos. El otro empleado explicó a Maltrana las dificultades del cargo.

Palabra del Dia

rigoleto

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