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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Muy al contrario, la cara del general Castaños no causaba espanto a nadie, aunque sí respeto, pues los chascarrillos y las ingeniosas ocurrencias que le eran propias las guardaba para las intimidades de su tienda. Montaba airosamente a caballo, y en sus modales y apostura había aquella gracia cortés y urbana que tan común ha sido a nuestros Césares y Pompeyos.
Con todo eso yo no lo creo, solo envié dicho papel, como antes dije á Vuestra Señoria Reverendísima, para que se entretuviese en el viage, para lo cual cualquier patraña sirve; pero esta no deja de tener su apariencia de verdad. Desde la ciudad de Buenos Aires hasta la de los Césares, que por otro nombre llaman la Ciudad Encantada, por el P. Tomas Falkner, jesuita.
Pero pronto reconocian su error, y el vácio que dejaba este desengaño hubiera sido abrumante, si no hubiesen tenido á su disposicion un Dorado y los Césares para llenarlo. Estas dos voces, que son ahora sin sentido para nosotros, fueron entonces el alma de muchas y ruinosas empresas.
La corrupción del latín y el nacimiento y desarrollo ulterior de las lenguas romances no puede ni debe servirnos de guía para pronosticar en América la corrupción del castellano y el nacimiento y desarrollo ulterior de nuevos idiomas. El imperio de los Césares acabó y se desmembró por invasión extranjera.
Cuatro leguas mas al sur, hácia el rio llamado de los Ciegos, por unos indios que cegaron allí en un temporal de nieve, habita multitud de indios, llamados Peguenches. Usan lanza y alfange, y suelen ir á comerciar con los Césares españoles. Por el mismo rumbo del sur, á las treinta leguas, se llega á los indios Puelches, que son hombres corpulentos, con ojos pequeños.
Y habiendo dado tormento á un indio gandul de los apresados, para que confesase lo que sabia de los Césares, dijo, que sabia eran españoles, y que así los llamaban ellos: y por ser de esta parcialidad, que los habia visto, y que siete caciques con siete parcialidades estaban esperando á dicho General y su gente, mas acá de la sierra, para matarle con todos los suyos, debajo de palabra de amistad.
Ojeda escuchaba con interés creciente estas palabras de su amigo. Los Césares modernos los visitan a bordo de sus yates y los sientan a sus mesas; poco falta para que los emperadores, al escribirles, les llamen «querido primo» como es de uso entre testas coronadas.
Los reyes, impulsados por el orgullo español y por las pretensiones heredadas de los cesares germánicos, acometían la loca aventura de dominar toda Europa, sin más base que una nación de siete millones de habitantes y unos tercios mal pagados y hambrientos. El oro de América iba a parar a los bolsillos de los holandeses, y en esta empresa, digna de Don Quijote, recibía la nación golpe tras golpe.
Por el mismo rumbo, á las treinta leguas, se halla un rio muy grande y manso, que sale á un valle muy espacioso y alegre, en que habitan los indios Césares. Son muy corpulentos, y estos son los verdaderos Césares. Es gente mansa y pacífica; usa flechas, ó arpones grandes, y hondas, que disparan con mucha violencia: hay en su tierra muchedumbre de guanacos que cazan para comer.
Su linaje pica en ilustre; algunos pueblos remotos se dice que la adoraban, y los soldados romanos la comían para ganar fortaleza con que vencer a los pueblos extraños. De modo que se puede decir que la cebolla ha dado a los Césares el imperio del mundo. No olvidemos otro dato importante.
Palabra del Dia
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