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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Llenó cuatro vasos; y tomando el suyo, miró en torno de ella con indecisión. ¿Dónde cae el Norte? El conde lo señaló silenciosamente. Entonces la dama fué levantando su vaso con solemne lentitud, como si ofreciese una libación religiosa al misterioso poder oculto en el Norte, lejos, muy lejos. Kaledine la imitó con el mismo gesto de fervor.
En la Iglesia son contadísimos los que se libran de las pasiones humanas. ¡Y quién sabe si aun esos pocos privilegiados no se sienten mordidos por el demonio de la vanidad, y al extremar los ascetismos de su vida, piensan en la gloria de verse en los altares...! El sacerdote que logra dominar la carne cae en la avaricia, que es el vicio eclesiástico por excelencia.
Cuando las rosas mueren, el mundo se pone serio. Allá lejos, encaramado sobre la tapia ó al arrimo de la antigua pared, buscando la soledad, buscando la altura, esperando con ansia la sosegada noche, está el galán, el poeta sentimental, el romántico jazmín, en una palabra. Pálido y pequeño, toda su vida es alma. Le tocan, y cae del tallo.
No aguarda, en verdad, mucho tiempo, presenciando la llegada del amante, y la aparición de una mujer vestida como Estefanía; sale, pues, furioso de su escondite, mata al Conde y entra en su casa. La dama disfrazada huye velozmente, y se da traza de que recaiga la ira del engañado esposo en la inocente Estefanía, que cae en tierra herida de varias puñaladas.
Me gasto en ellos todo mi dinero; me conocen los libreros de lance de todo Madrid, y apenas cae en sus puestos una obra antigua de teología moral, de cánones y de vidas de santos, bien encuadernada en pergamino, la apartan, diciendo: «Para el hermano Vicente.» ¡Lo que me cuestan los libros!
El pecador cae en tierra sin sentido, y cuando se recobra de su aturdimiento, no es ya el mismo que antes; arroja lejos de sí caftán y turbante, cúbrese con un saco de cerda, pide á Dios con súplicas de arrepentimiento que le conceda su gracia, y sólo ansía lavar sus pecados.
Óyese ruído; Aquilano intenta esconderse entre las ramas de un árbol, pero cae al suelo y se hiere. Esta caída, juntamente con la pena de verse desairado, lo postran al fin en el lecho del dolor. El rey, que aprecia mucho al joven, cuida de su salud con esmero; el médico opina que el sosiego y la tranquilidad contribuirán principalmente á su curación, y excita á varias damas á visitarlo.
Cae la tarde; la cumbre del firmamento empieza a oscurecerse, mientras las nubes errantes que se han inclinado al horizonte, franjan su contorno en el iris rosado del adiós del día, cubren el disco solar en su descenso majestuoso y quedan impregnadas de su reflejo soberano cuando, concluida su tarea, se hunde tras la línea de la tierra que los ojos alcanzan, para ser fiel a la eterna cita de los que en el otro hemisferio lo esperan como al alto dispensador de la vida.
Ya no le pesa, antes se regocija, de que Juanita no sea monja, porque la quiere mucho y se le cae la baba cuando la ve tan hermosa y cuando oye su dulce voz y sus discretas razones. Doña Inés, no obstante, sigue siendo su preferida, por lo mística que es y por la mucha teología que sabe.
Palabra del Dia
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