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Ahora, por lo pronto, algo he de hacer con él..., ¡cochino!, y con esta pícara que se me va de entre las manos. ¡Un hombre que pone un gabinete como aquel para una cita nada más, y luego me niega cuarenta duros!... Lo salado sería que yo llevase allí a Carola, pero no para hacer una comedia, sino para pasar una tardecita de juerga en los muebles que él ha pagado. ¡Hay allí unos almohadones! ¡Buena broma llevar mi pájara al nido que él fabricó para la suya!

Con el tiempo se había hecho enteramente adepto y, sobre todo, adoraba á Mauricio. Federico, dijo Roussel, ¿está usted todavía en buena inteligencia con el portero del señor Bobart? , señor. Por recomendación del señor, yo he sido quien le ha proporcionado su plaza. Bueno. Federico, va usted á salir inmediatamente para París.

Dame detalles de vuestra instalación, de vuestras relaciones y hasta del trabajo que se te ha confiado, sin revelar, por supuesto, los secretos de Estado, pues para esto bastan los periódicos. Salgo dentro de poco para un viaje bastante inesperado, pero quiero participarte sin demora una buena noticia, y es que estoy encargado de suplir al buen viejo Marignol en su cátedra del Colegio de Francia.

A lo menos en casa bien lo estuvimos sin comer. No yo cómo o dónde andaba y qué comía. ¡Y velle venir a medio día la calle abajo, con estirado cuerpo, más largo que galgo de buena casta!

En estos tiempos tan desmoralizados no se puede recomendar a nadie. Otras mañanas iba con esta monserga: «¡Cómo está hoy el mercado de caza! ¡Qué perdices, señora! Divinidades, verdaderas divinidades». No más perdiz. Hoy hemos de ver si Pantaleón tiene buenos cabritos. También quisiera una buena lengua de vaca, cargada, y ver si hay ternera fina.

Mañana se marchará y Sorege no podrá contar más que con nosotros. Hagamos, pues, lo convenido. , Cristián, vete á llevar la buena noticia á mi madre. Usted, Marenval, á casa de Vesín. Yo iré á ver á miss Harvey y allí nos encontraremos todos después. En cuanto Sorege despertó y tomó su desayuno, tomó un coche de alquiler y se dirigió á Tavistock-Street. Nunca el tal hacía las cosas á medias.

La idea de que San Pablo, con gran escándalo de la abuela y gran contento de Celestina, era el padre de las solteronas, divirtió mucho a mis amigas. Francisca, que tiene siempre ideas originales, me pidió que llamase a Celestina para contemplar su gozo. Hícelo yo de buen grado y pedí una cosa cualquiera a mi buena vieja para explicar mi campanillazo.

Conviene que tengamos certeza sobre ese punto... Pues bien, señores, hay más. Ella, que pagaba con mucha exactitud las lecciones, se marchó sin satisfacer las del último mes. No le acuso por ello, dijo Campistrón con nobleza; los artistas no somos mercaderes... Trabajamos de buena gana por la gloria... Hago constar solamente el hecho.

La cuarta señora era la generala viuda de Pillote. Tendría cincuenta años, pero a media luz representaba treinta y cinco; estaba hacía tiempo en relaciones con otro general a quien el difunto legó sus placas en prueba de buena amistad; se dedicaba mucho a las cosas de iglesia, bacía novenas, y creyendo que esto no podía ya ponerla en ridículo, vestía imágenes.

Que se escapa... ¡bueno!... Vaya bendita de Dios... Nada tengo ya que ver con ella... ¡Ah! ¡si la ley me permitiera casarme!... No se pasaría un mes sin hacerlo... ¿Y por qué no, vamos a ver, y por qué no he de poder hacerlo?... En fin, si no me caso a perpetuidad, me casaré temporalmente... Tomaré por ahí una buena moza, ¿eh, don Feliciano? ¡y anda con Dios!... Será al fin y al cabo una p... de profesión, mientras mi mujer lo es de afición...