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Actualizado: 24 de julio de 2025
Al dejar de quererle, como amante, había seguido queriéndole como si fuera su hijo: como criatura de su espíritu, ya que le había iluminado y mejorado. De aquí que la función de la Tejuca, triste prueba de la recaída del joven, abandonado por ella, bastó para afligirla; pero lo que la desoló, por no ofrecer ya remedio ni esperanza, fue la muerte violenta tan estúpida y brutalmente motivada.
La señora gruesa lloraba afligida. Pero, ¿nos van a fusilar? preguntó gimiendo. ¡Vamos! ¡Vamos! dijo uno de los hombres armados, brutalmente. La señora se arrodilló en el suelo, pidiendo que la dejaran libre. La señorita, pálida, con los dientes apretados, lanzaba fuego por los ojos. Sin duda, sabía los procedimientos usados por el cura con las mujeres.
Y llevando la mano al bolsillo para sacar la cartera, dijo brutalmente: ¿Cuántos necesitas? ¡Ninguno, canalla! exclamó ella soltando a reir . Pensabas que me estaba preparando para darte un sablazo, ¿eh? ¡Claro! No te veo cariñosa sino cuando necesitas dinero. ¡Habrá embusterazo, marrullero! Cualquiera que te oyese, pensaría que es cierto.
Cuando rechazasteis brutalmente al duque al pediros mi mano, yo me postré a los pies del emperador, rogándole que tuviese piedad de los infelices enamorados y que suavizase con su poder divino vuestra crueldad. EL CONDE. ¡Sí, con su poder divino! ¡Muy bien dicho! ELSA. Y entonces el emperador, tomándome bajo su protección, os dirigió una orden en la que me llamaba su hija.
Cuando la pasion se presenta en toda su deformidad y violencia, sacudiendo brutalmente el espíritu, y empeñándose en arrastrarle por malos caminos, el espíritu se precave contra el adversario, se prepara á luchar, resultando tal vez que la misma impetuosidad del ataque provoca una heróica defensa.
La condesa fue a echar mano al papel con grande prisa, pero el ministro lo retiró al punto, diciendo brutalmente: ¡Ca!... Esta no la suelto yo ni un momento; pero ahora mismo la oirá usted de cabo a rabo. Y poniéndose las gafas sobre la frente, porque era miope, comenzó a leer la carta.
DON URBANO. Fruto de su inteligencia privilegiada... No: de la perseverancia, de la paciencia laboriosa... EVARISTA. ¡Ay, no me digas! Trabajas brutalmente. MÁXIMO. Lo necesario, tía, por obligación, y un poco más por goce, por recreo, por entusiasmo científico. DON URBANO. Es ya una monomanía, una borrachera. No: es la ambición, la maldita ambición, que a tantos trastorna y acaba por perderlos.
Y sin acertar a reprimirse, estrechó a la joven entre sus brazos brutalmente, aplicó los labios ardorosos a su mejilla y con voz trémula le dijo: Dame una prueba de que me quieres... dame una prueba. Rosa hizo esfuerzos desesperados para desasirse. Al cabo lo consiguió arrojándole, con un empellón, de espaldas sobre la yerba, inerte, sin aliento.
Al fin, como viese con asombro levantarse a Baltasar diciendo que le esperaba el coronel para asuntos del servicio, ella también se alzó resuelta, y le dio la noticia clara y brutalmente, sin ambages ni rodeos, sintiendo hervir dentro del pecho una cólera que centuplicaba su natural valor.
A los seis meses ambos maridos eran destinados al ejército del Norte y salían de Madrid dejando a sus mujeres poseídas de la más amarga tristeza, y embarazadas del mismo tiempo. Hacia los primeros días de 1874, la desgracia cayó sobre ellas en forma irremediable y terrible. Un extraordinario de un periódico les dio repentina y brutalmente la noticia.
Palabra del Dia
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