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Actualizado: 5 de julio de 2025
Yo voy solo a Laguardia y la tomo, o a lo más con mi cuñado Bautista. Se echaron todos a reir de la fanfarronada, pero viendo que Martín insistía, diciendo que aquella misma noche iban a entrar en la ciudad sitiada, pensaron que Martín estaba loco. Briones, que le conocía, trató de disuadirse de hacer esta barbaridad, pero Zalacaín no se convenció.
Ganó Martín, y uno de los compañeros de Briones, un teniente aragonés que había perdido toda su paga, comenzó, para vengarse, a hablar mal de los vascongados, y Zalacaín y él se encarzaron en una estúpida discusión de amor propio regional, de esas tan frecuentes en España.
Echaron los dos a correr. Sonaron varios tiros. Ambos llegaron ilesos al cementerio. De aquí ganaron pronto el camino de Logroño. Ya fuera de peligro, miraron hacia atrás. El pañuelo seguía en la muralla ondeando al viento. Briones y sus amigos recibieron a Martín y a Bautista como a héroes. Al día siguiente, los carlistas abandonaron Laguardia y se refugiaron en Peñacerrada.
Zalacaín y Briones bajaron de sus caballos y tomaron por una senda, y durante un par de horas fueron rodeando el monte, marchando entre helechos. Por esta parte, en una calvera del monte, en donde hay como una plazuela formada por hayas dijo Martín deben tener centinelas los carlistas; sino por ahí podemos subir hasta los altos de Peñaplata sin dificultad.
Y Martín, con sus palabras, llegó a infundir ánimo en su mujer, acarició al niño, que le miraba sonriendo desde el regazo de su madre, abrazó a ésta y, montando a caballo, desapareció por el camino de Elizondo. Martín llegó al alto de Maya al amanecer, subió un poco por la carretera y vió que venía la tropa. Se reunió con Briones y ambos se pusieron a la cabeza de la columna.
Al acercarse al sitio indicado por Martín, oyeron una voz que cantaba. Sorprendidos, fueron despacio acortando la distancia. No serán las brujas dijo Martín. ¿Por qué las brujas? preguntó Briones. ¿No sabe usted que estos son los montes de las brujas? Aquel es el monte Aquelarre contestó Martín. ¿El Aquelarre? ¿Pero existe? Sí. ¿Y quiere decir algo en vascuence, ese nombre?
No replicó Briones , yo lo prohibo. El teniente Ramírez quedará arrestado. Está bien dijo refunfuñando el aludido. Si estos señores quieren un poco de jaleo, cuando tomemos Laguardia pueden venir con nosotros advirtió el oficial. Martín creyó ver alguna ironía en las palabras del militar y replicó burlonamente: ¡Cuando tomen ustedes Laguardia! No, hombre. Eso no es nada para nosotros.
Esperé un día, y como no aparecía nadie, creí que os habíais marchado y me fuí a Bayona y dejé las letras en casa de Levi-Alvarez. Luego tu hermana empezó a decirme: ¿Pero dónde estará Martín? ¿Le ha pasado algo? Escribí a Briones y me contestó que estabas aquí escandalizando el pueblo, y por eso he venido.
Presentó Briones a Martín, y el general, después de estrecharle la mano, le dijo bruscamente: Me ha contado Briones sus aventuras. Le felicito a usted. Muchas gracias, mi general. ¿Conoce usted toda esta zona de mugas de la frontera que domina el valle del Baztán? Sí, como mi propia mano. Creo que no habrá otro que las conozca tan bien. ¿Sabe usted los caminos y las sendas? No hay más que sendas.
Se sacó la caja y se la colocó en el coche que habían mandado de San Juan del Pie del Puerto. Todos los labradores de los caseríos propiedad de los Ohandos estaban allí; habían venido de Urbia a pie para asistir al entierro. Y presidieron el duelo Briones, vestido de uniforme, Bautista Urbide y Capistun el americano. Y las mujeres lloraban.
Palabra del Dia
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