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El rio es libre para todo el mundo y los cargamentos descienden sobre los botes desde las puertas y ventanas de los almacenes que dominan el Támesis en incalculable número.

Pasaron unas carretas de bueyes con carga de retama y carrasca para los hornos de Madrid, y ya fuera que se espantase el jaco, ya que fingiera el espanto, ello es que empezó a dar botes y más botes, hasta que logró despedir hacia las nubes a su elegante caballero. Cayó el pobre Ponte como un saco medio vacío, y en el suelo se quedó inmóvil, hasta que acudieron sus amigos a levantarle.

Los pocos que quedaron están expuestos anualmente á dos ó tres de estas inundaciones, y tienen entonces que refugiarse en las casas las mas elevadas, ó á sus botes. En fin, se puede decir que la posicion de una y otra poblacion es bastante mala, y en el reconocimiento que despues hice del rio, he tenido ocasion de ver muchos parages mas á propósito, para formar el establecimiento.

La inundación había empezado á invadir sus dominios, rompiendo las compuertas de acero. ¡A los botes!... ¡Al agua los botes! El capitán repitió sus gritos de mando, ansioso de ver embarcada la tripulación, sin pensar por un momento en la propia seguridad. No se le ocurrió que su suerte pudiera ser distinta á la de su buque.

Centenares de bergantines y goletas, de botes carboneros y de barcas pescadoras se cruzaban en todos sentidos, ya mostrando el rico velámen, y el pabellon frances, inglés ú holandes, ya la roja y única vela del barco pescador ó puramente costanero, rápido como una gaviota que roza apénas la superficie de las ondas.

Hablaba de un mundo desconocido para él. Spadoni, con los ojos vagos, pensaba en algo distante mientras sorbía su café. Ya lo sabes, Atilio continuó Lubimoff : ¡nada de mujeres!... Así llevaremos la gran vida. La mañana libre; sólo nos veremos á la hora del almuerzo. Abajo, en nuestro puertecito, quedan varios botes. Pescaremos á las horas de sol, remaremos.

Eran los socorros que llegaban de Valencia; los botes de la Armada, traídos en ferrocarril hasta el límite de la inundación. Iban a llegar a Alcira las autoridades; la presencia de Rafael era indispensable. El mismo Cupido, con repentina gravedad, le aconsejaba salir al encuentro de aquellas barcas. Mientras el barbero recobraba su traje, Rafael se despojó con gran disgusto de su capa de pieles.

Desde el Rio Janero á él hay 215 leguas. Aquí llegamos al puerto de San Gabriel: ancoraron los 14 navios en el rio Paraná, y porque estaban distantes un tiro de bala, mandó el General D. Pedro de Mendoza, que saliésemos los soldados y demas gente á tierra, en los botes prevenidos para este efecto.

En la inmovilidad de los puertos entraban por el ventano el chirrido de las grúas, los gritos de los cargadores, las conversaciones de los que ocupaban los botes en torno del trasatlántico. En alta mar era el silencio fresco y rumoroso de la inmensidad lo que llenaba su dormitorio.

En las salvas de dos pequeños cañones que monta la María Rosario, mandamos una cortés salutación á los dormidos habitantes de Marianas, los cuales nos correspondieron izando bandera en el fuerte y armando botes en el puerto. A todo remo y en buena vela apareció por la desembocadura del canal un bote ballenero. Bandera flotaba en la popa y galones relucían en las bordas.