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Actualizado: 9 de junio de 2025


Huyó del café, como si odiase a las gentes y tuviese necesidad de tinieblas y silencio. En la cubierta de los botes ocupó un sillón, mojado por la humedad. Este aislamiento lóbrego aplacó sus nervios... Nadie. Los pasajeros estaban ya en sus camarotes o se mantenían en el paseo dando vueltas por las inmediaciones del café, como pájaros nocturnos atraídos por un faro.

Dos fuertes muy considerables, San Juan y San Nicolás, cierran y defienden la entrada del puerto antiguo, que es el de los botes y buques de vela. Por último, extendiendo la vista, se ve la rada redondeándose para estrecharse á la salida y confundir sus ondas con las del Mediterráneo.

El capitán hizo al instante levar anclas y el buque, arrastrado penosamente por sus dos botes, emprendió una marcha lenta hasta llegar á paraje abierto donde pudiera desplegar las velas. Las lanchas le daban escolta. Reinaba el júbilo en éstas, cambiándose entre unos y otros mil bromas y donaires. El blando movimiento de las olas y la fresca caricia de la brisa excitaban más su alegría.

A la mañana siguiente por la mañana se encontró con Mina en la cubierta de los botes. Había dejado a su hijo en el gimnasio y fue hacia Ojeda, ruborosa y encogida, vacilando en su saludo, temiendo tal vez un cambio de carácter, un arrepentimiento, después de la noche anterior.

En ese instante, una criada, vestida sólo de angosta falda verde y amarilla, presentose en la estancia, apoyando en sus morenos pechos desnudos un dorado azafate, sobre el cual venían los pomos, los botes, los pinceles, las tenacillas y otros menudos objetos que el mancebo no alcanzó a distinguir.

Poco antes de llegar á Sorel se detuvieron en Dalton, pueblecillo de la costa, donde notó Roger la presencia de una pequeña galera recienllegada, á juzgar por el número de botes y lanchas que la rodeaban para conducir á tierra su cargamento. Á un tiro de ballesta del pueblo había un pequeño edificio, entre mesón y taberna, hacia el cual se dirigieron los dos viajeros.

De la cubierta de los botes goteaba sobre el mar el ígneo azufre de las luces de bengala. Las ondulaciones atlánticas tomaban bajo este resplandor de incendio que rodeaba al buque el aspecto denso del metal en ebullición.

No veían a su maridito. ¡Quién sabe lo que estaría ocurriendo en la otra banda del buque o en la cubierta de los botes! ¡Con tantas malas mujeres que venían en este viaje! ¡No haber un vapor limpio de tentaciones, sólo para personas decentes! Y corrían sin saber adónde, como si hubiese sonado de pronto la señal de alarma.

Cuando al cabo de un cuarto de hora consiguió acercarse unas treinta brazas de la punta del Peón, largó un cabo, que uno de los botes trajo al malecón para ayudar a virar a la corbeta. ¡Capitán, capitán! gritó uno con voz estentórea desde el grupo. ¿Qué hay? contestaron del buque. ¿Viene a bordo el señorito de las Cuevas? . Pues ojo con el señorito de las Cuevas... Los demás que se ahoguen.

Los demás se retiraron á los botes que mandó el Padre cubrir de algunos cueros de vaca para resistir.

Palabra del Dia

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