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De una habitacion contigua salían ruidos de bolas chocando unas con otras, risas, carcajadas, entre ellas la voz de Simoun seca é incisiva: el joyero jugaba al billar con Ben Zayb. De repente el P. Camorra se levantó.

El billar es su elemento: los intervalos que le deja libre el juego suéleselos ocupar cierta clase de mujeres, únicas que pueden hacerle cara todavía, y en cuyo trato toma sus peregrinos conocimientos acerca del corazón femenino. A veces el calavera lampiño se finge malo para darse importancia; y si puede estarlo de veras, mejor; entonces está de enhorabuena.

Le placía que alabasen a Isabel, y se daba tono acompañándola en el paseo y bailando con ella todos los valses y rigodones que se tocaban en los saraos del Alcázar. Pero, cumplida la obligación del hombre formal, respiraba con libertad y me iba a buscar para jugar unas carambolas al billar, en lo que, sin duda, se deleitaba mucho más. Villa andaba celoso de esta nueva amistad.

A media mañana se fue al billar; aunque hijo de familia no come nunca en casa; entra en el café metiendo mucho ruido, su duro es el que más suena; sus bienes se reducen a algunas monedas que debe de vez en cuando a la generosidad de su mamá, o de su hermana, pero las luce sobremanera.

¡La retirada de Gonzalo! exclamó la señora volviendo con asombro la cabeza. ¿Qué quieres decir, criatura? , la retirada, porque a me consta que no está enfermo. Ayer estuvo toda la noche jugando al billar en el café de la Marina. ¡Bah, bah! ¿Tienes ganas de reir? No me río, mamá, hablo en serio. ¿Y quién te ha dicho a ti eso? Lo por Nieves, que se lo dijo su hermano.

La cena era breve pero buena, platos fuertes, buen Burdeos, buena champaña; en fin, como decía el Marqués, primero mar y pimienta, después fantasía y alcohol. Todos, las baronesas inclusive, se reían de los plebeyos que allá fuera seguían bailando y tenían que contentarse con los helados que se servían sobre las mesas de billar. De vez en cuando daban golpes en la puerta por fuera.

Salí de la sala tan fastidiado que no permití que nadie me acompañara. En el «hall», mientras me ponía el gabán, que los dueños de casa se consultaban, estupefactos... Se irá porque tiene siempre la costumbre de jugar al billar después de comer decía la señora. Tal vez contestaba el señor. Pero más bien parece que le ha hecho mal la comida... Se ha indispuesto repentinamente.

Porque D. Nemesio, que me acompañaba bastante, a fuerza de atenciones se me había hecho antipático, abrumador. No podía asomar la cabeza fuera de mi cuarto sin que me invitase a una partidita de billar o de tresillo, o a ir de paseo o a beber una botella de cerveza. Y su conversación interminable, prosaica, me aburría tan extremadamente, que ya le huía como al sol del mediodía.

Todos los días lo mismo: amaestrar hombres para que se muevan de este modo o el otro, jugar al dominó o al billar en un café, pasear el uniforme o echar un sueño en el sillón del cuarto de banderas.

Tarde de la noche, cuando el café se cerraba, decenas de desgraciados, sin hogar, tomaban posesión de las mesas del largo salón, bajo la vigilancia de los dependientes, que tendían sus colchones sobre las de billar, cuando las otras estaban ocupadas y por dos pesos de los antiguos, encontraban un techo y una tabla para dormir, y por uno, lo primero y el duro suelo de los patios y pasillos.