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Actualizado: 10 de junio de 2025
Un caballero de tanta religión como usted no podía emparentar con un hombre tan escandaloso. ¡Toda, la culpa la tiene ese bribón de las gafas! añadió arrojando miradas fulgurantes hacia el sitio donde estaba Moreno. ¡Si don Pantaleón antes era un bendito! Recuerdo que una vez que estuve en su casa se levantó una tempestad de truenos y relámpagos.
Cuando más embebidos se hallaban en ella, sin hacer caso bendito de los gritos y campanillazos que sonaban detrás de la puerta, ábrese ésta con estrépito y aparece la majestuosa figura de don Rosendo Belinchón, en un estado de trastorno difícil de pintar, los cabellos revueltos, algunos de ellos pegados a la frente por el sudor, las mejillas inflamadas, los ojos vidriosos, el nudo de la corbata en el cogote.
Pero el bendito señor, sea efecto de sus años ó de su carácter vehemente, tiene la costumbre de comentar todo lo que dice y de meterse á filosofar y á hacer digresiones sobre la cosa más trivial; de suerte que nunca pude obtener un cuadro exacto y bien detallado del Santander de antaño, tal como yo le quería para dársele á mis lectores, seguro de que me le agradecerían como una curiosidad.
Al fin tuvo el consuelo de ver restablecido en Animalejos el santuario del bendito labrador, más grande y más hermoso que el antiguo, á juzgar por los cimientos y las ruinas que del antiguo quedaban. Hubiera sido gran dicha para Traga-santos poder colocar en él la antigua imagen; pero esta imagen había desaparecido, y fueron vanos todos los esfuerzos que hizo para dar con ella.
Mamá llora y dice: «¡Pobrecita hija! Si se la ha de llevar un hombre, más vale que sea este señor de la levita larga, que ya entiende de jabones». Ya veras qué bien se arregla todo. No participaba yo, como he dicho, de su optimismo. El cuadro sinóptico del bendito señor me traía loco.
¿Viene usted de su castillo de San Cristóbal? preguntó Manuel a don Modesto, después de los primeros cumplidos y de haberle convidado a sentarse en el apoyo, que también servía de asiento a Stein . Bien podía usted empeñarse con mi madre, que es tan buena cristiana, para que rogase al Santo Bendito que reedificase las paredes del fuerte, al revés de lo que hizo Josué con las del otro.
Conquistaron Granada y arrojaron a los infieles que nos tuvieron siete siglos en la barbarie. Después vino el descubrimiento de América. ¿Quién podía hacer eso? Nosotros y nadie más que nosotros: aquella buena reina que empeñaba sus joyas para que el bendito Colón realizara su viaje.
Y ¡cómo que ha cometido sacrilegio! dijo a esto el adolorido estudiante : que puesto que yo no soy sacerdote, sino sacristán de unas monjas, el dinero de la bolsa era del tercio de una capellanía, que me dio a cobrar un sacerdote amigo mío, y es dinero sagrado y bendito.
En la calle de Toledo tomaron ellas un simón para ganar tiempo, y el bendito Ido se fue a cumplir el encargo que la fundadora le había hecho. No era una misión delicada ciertamente, como él deseara; pero el principio de caridad que entrañaba aquel acto lo trocaba de vulgar en sublime.
El cielo enviaba una dulce sonrisa protectora a la tierra. La tierra contestaba con frescas carcajadas de júbilo. El alma de Andrés también reía. Quedó inmóvil un instante a la puerta del bendito doctor, deslumbrado, el corazón henchido de emociones, bebiendo y aspirando la luz que le inundaba, gozando como dicha infinita el vaivén y los rumores de la calle.
Palabra del Dia
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