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La familia bendecía su nombre y lo encomendaba a Dios con fervor, mañana y tarde, en sus plegarias; sus hermanos menores tenían pantalones nuevos, y se pensaba nada menos que enviar a los dos más pequeños a la escuela.

Y cuando por las mañanas, al romper el día, le robaban el sueño el cencerreo del ganado que salía al pasto, los silbidos de los criados, las seguidillas de las mozas que iban á la mies, el toque al alba, los ladridos del perro, el cacareo de las gallinas y los relinchos del caballo, lejos de incomodarse, bendecía en sus adentros el instante en que se le ocurrió trocar el agitado torbellino de pasiones de la corte por el obscuro rincón de la vivienda de los Seturas.

De él colgaban muchos manojos de imágines, cruces y cuentas de perdones que hacían ruido de sonajas. Bendecía las ollas y al espumar hacía cruces con el cucharón. Yo pienso que las conjuraba por sacarles los espíritus, ya que no tenía carne.

Pero la hermosura de Preciosa aquel día fué tanta, que ninguno la miraba que no la bendecía, y llegó la nueva de su belleza a los oídos de la señora Corregidora, que por curiosidad de verla hizo que el Corregidor su marido mandase que aquella gitanica no entrase en la cárcel, y todos los demás , y a Andrés le pusieron en un estrecho calabozo, cuya escuridad y la falta de la luz de Preciosa le trataron de manera, que bien pensó no salir de allí sino para la sepultura.

En aquellas noches yo no veía alrededor de más que tigres del África, cataratas de América, pirámides de Egipto y lagunas de Venecia. Estaba encantada y bendecía a Dios por haber creado tantas cosas bellas, incluso a lord Gray. »¡Oh! Lord Gray no se apartaba de mi imaginación.

Lo que te puedo asegurar es que un día fui al salón del Conservatorio a oír los cuartetos y me gustó tanto, que estaba embelesada... Aquello era un coro de serafines con guante blanco. ¡Qué sensaciones tan delicadas! Yo me remontaba a un cielo que también era salón. ISIDORA. Te diré... Oyendo aquella música, yo me olvidaba de todo y bendecía a Dios, que no me ha hecho vulgo... Vamos a otra cosa.

Parecía que la leñosa corteza se le iba cayendo, poco a poco, al marqués, y que su corazón bravío y egoísta se inmutaba, dejando asomar, como entre las grietas de la pared, florecillas parásitas, blandos afectos de esposo y padre. Si aquello no era el matrimonio cristiano soñado por el excelente capellán, viven los cielos que debía asemejársele mucho. Julián bendecía a Dios todos los días.

Don Horacio se acordaba de sus desavenencias con su terrible padre, que le habían obligado a viajar por Europa; aquel caballero que salía al encuentro del rey Fernando para pedirle la vuelta a los usos antiguos, y bendecía a los hijos diciéndoles: «Dios te haga un buen inquisidor

Detrás la cruz arzobispal y los canónigos por parejas, y en último término el prelado, con su cola roja, extendida en toda su longitud, llevada en alto por dos pajes. Don Sebastián bendecía a un lado y a otro, mirando con sus ojillos penetrantes a los fieles, que inclinaban la cabeza.

Eso quería ella, que el Magistral mandase, dispusiera de ella y de sus actos. Ana volvió hacia De Pas, que estaba cerca del balcón y le sonrió como poco antes en la catedral. Aquella sonrisa pedía perdón y bendecía. Don Fermín estaba pálido, le temblaba la voz. Estaba más delgado que por el verano. En esto pensaba Anita. ¡Estoy tan cansado! dijo él y suspiró con mucha tristeza.