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Veinte años he paseao por la calle de las Sierpes, y veinte mil cañas he bebió del lado de acá y otras veinte mil del lado de allá del río... Pero la suerte mía, que es más negra que un sombrero de teja, hablando con perdón, hace tiempo que me ha botado fuera... En fin, paciencia, que más pasa un cornudo... Me admiró la tristeza del acento con que pronunció estas palabras.

El squire comió el pan y la carne rápidamente, bebió un buen sorbo de cerveza, y luego, volviendo la espalda a la mesa, prosiguió: Será tanto peor para vos, sabedlo; más os valiera que tratarais de ayudarme y conservar lo que tenemos.

Lloró largo rato, lloró copiosamente. Las lágrimas bañaban su rostro, caían sobre sus manos y las escaldaban. Cuando ya no pudo llorar más sintió una sed abrasadora. Pero gotas de agua filtraban por las paredes y por el techo. Con el hueco de las manos recogió á tientas algunas de estas gotas y las bebió. Sabía el agua á carbón, pero no importaba. Al cabo su sed se calmó.

Hubo quien votó por Chinchón, y hubo quien votó por Villalegre: pero, como cada cual bebió por lo menos segunda copa del aguardiente que le pareció mejor, el resultado vino a ser que salieron a tres o a cuatro copas por barba. Todo fue luego regocijo y afecto mutuo, y quedó demostrado que ambos aguardientes eran altruistas y estaban dotados de igual espíritu sociológico.

Cuando salió el Sol, la meseta se hallaba desierta y, a excepción de cinco o seis hogueras que continuaban humeando, nada revelaba que numerosos guerrilleros ocupaban los puntos estratégicos de la sierra, ni que habían pasado la noche en aquel sitio. Hullin, sin sentarse, tomó un bocado y se bebió un vaso de vino en unión del doctor Lorquin y del anabaptista Pelsly.

Tomólo y agradeciólo el cabrero; bebió y sosegóse, y luego dijo: -No querría que por haber yo hablado con esta alimaña tan en seso, me tuviesen vuestras mercedes por hombre simple; que en verdad que no carecen de misterio las palabras que le dije. Rústico soy, pero no tanto que no entienda cómo se ha de tratar con los hombres y con las bestias.

El cura se levantó, fué otra vez á la alacena y sacó de ella una copa extraordinariamente sucia. Después de haberla mirado al trasluz, fué á lavarla á la jofaina con el mayor sosiego. Octavio bebió una copa del vino de misa mayor, y, en efecto, no le apagó la sed: La impaciencia y la rabia ayudaban también á abrasarle las entrañas. Pues, como iba diciendo, tiene usted razón, señorito.

Y para cobrar nuevas fuerzas se bebió poquito a poco, y con aire muy distinguido, una tercera copita del whisky, bastante fuerte, que juntamente con el , los brioches y sandwiches, habían servido en rico frasco de cristal de Bohemia.

El queso había sido ya devorado y tenía la boca seca; sacó del bolsillo de su gabán raído una botella tapada con cuidado, y bebió. Luego atacó las naranjas, navaja en mano. Una vez concluída la cena, plegó la servilleta, digo, el periódico y atravesó a la acera de la Bolsa, en busca de colillas de cigarro.

Pero tan impuras eran las fuentes en que bebió aquel geógrafo, que se necesita todo el respeto que inspira una gran celebridad para disimular sus errores. Cuando apareció este mapa, la Corte de España empezaba á despertarse de su letargo, y á mirar con menos indiferencia sus posesiones ultramarinas.