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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Y este de la blusa, que anda poniendo y quitando, sale y entra entre los que hacen de príncipes de seda y generales de oro, de mil años atrás, cuando los parientes del príncipe Ly-Tieng-Vuong querían darle a beber una taza de envenenado.

A haber sustentado este pozo, remediara mucho la necesidad que se pasaba, y no se nos morían los caballos de sed, por no querer nunca beber de la salada. Cincuenta ó sesenta pasos deste pozo estaban otros dos de la misma suerte de agua. Un siciliano que llamaban el Capitán Sebastián se ofreció á sacar agua dulce para beber de la de la mar.

Trabajo les costaba reprimir los impulsos de abrazarse que se les iban y venían. En cambio, si el escrito pertenecía al género bélico y tocaba a somatén, parecía que les daban a beber una mistura de pólvora y alcohol. Montaban en cólera tan aína como se encrespan las olas del mar. Sordas exclamaciones acompañaban y cubrían a veces la voz de la lectora.

Marcelo, el sacerdote, se aproximó a la mesa, tomó el frasco, vertió unas cuantas gotas de su contenido en el agua, y sosteniendo con una mano a la enferma le hizo con otra beber el líquido misterioso. Mientras el médico pedía misericordia al cielo, el sacerdote se echaba en brazos de la ciencia. ¿Llegó al cielo la plegaria? ¿Obró la substancia química sobre el organismo?

Era la última partida: al día siguiente iban a separarse. Y jugaban olvidados de todo, sin saber con certeza si el buque estaba inmóvil o había reanudado su marcha. Un gran retrato de Goethe adornaba el testero del salón. Presidía el poeta con su olímpica sonrisa el manejo de las barajas y el continuo beber de una parte del rebaño trasatlántico acorralado en el buque de su nombre.

Los tres amigos parecían extraordinariamente contentos, con una alegría nerviosa que les hacía empujarse y reír. Miraban de reojo a la Virgen y después se miraban entre ellos con un gesto de misterio que no podía comprender Gabriel. Habéis bebido mucho, ¿verdad? dijo Luna con suave reproche . Hacéis mal; ya sabéis que el beber es la degradación de los pobres.

Aquella gente miserable lo olvidaba todo cuando bebía. Si llegaban a sentirse hombres alguna vez, no tendrían los ricos más que abrir las puertas de sus bodegas para vencerlos. Muchos en el grupo protestaron de las palabras de Juanón. ¿Qué podía hacer un pobre sino beber, para olvidar su miseria?

Cuando me meta en la cama, trataré de dormir, y si no lo consigo, echarás seis gotas, cuidado... seis gotas nada más de esta medicina en un vaso de agua, y me las darás a beber». Muy abrigado y la cabeza bien envuelta para que no le diese frío, lleváronle a la casa matrimonial, que fue estrenada en condiciones poco lisonjeras. La distancia entre ambos domicilios era muy corta.

Estaba segura de que un deber superior la mandaba mentir. «¿Decirle al Magistral que ella estaba enamorada de Mesía? ¡Primero a su marido!». Bailé con él porque quiso mi marido.... Me hicieron beber... me sentí mal... estaba mareada... me desmayé... y me llevaron a casa. ¿El desmayo fue... en los brazos de ese hombre? ¡En brazos!... ¡Fermín! Bien, bien.... Así... lo yo.... ¡Oigámoslo todos!

Para pensar alguna vez juntos en Dios, creer, buscarlo y llorarlo... ¡Ya veis, señora, que todo esto es puramente locura! La actitud de Juana, mientras escuchaba al señor de Lerne, era encantadora; un poco inclinada hacia adelante, mirábale con sus grandes ojos admirados, cual si viese surgir ante ella una fuente de delicias, y sus labios se entreabrían como para beber en ella.

Palabra del Dia

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