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Actualizado: 17 de mayo de 2025
A un lado del gran espacio completamente libre vió Gillespie un grupo de hombres que iba descargando de cinco carretas varios cubos llenos de una materia blanca, así como ciertos aparatos misteriosos envueltos en fundas y una gran tela arrollada lo mismo que un toldo. Debía ser el primer grupo de barberos que entraba á prestar sus servicios.
Ocupaba un lugar en lo más alto de la popa, llamado «el tabernáculo», sentábase en un sillón de brazos semejante al de los antiguos barberos, y desde él gritaba sus órdenes a los proeles, mozos, grumetes y pajes, marinería despechugada, medio desnuda y famélica, en antigua relación con toda clase de parásitos. Al cerrar la noche se apagaban en el buque fuegos y luces, por miedo al incendio.
La escala apoyada en una de sus rodillas perdió el equilibrio, derribando de sus corceles á tres de los jinetes barbudos y dejándoles mal heridos. Varios de sus compañeros desmontaron para llevarlos al hospital más próximo. Descendieron los barberos de la cabeza del gigante, declarando terminada la operación.
Eran los barberos y sus servidores, que, una vez terminados los preparativos de la operación, querían empezarla cuanto antes. Algunos tenían tienda abierta en la capital, y deseaban volver pronto á sus establecimientos, donde les aguardaban los clientes. Estos trabajos extraordinarios y patrióticos por orden del gobierno no eran dignos de aprecio, pues se pagaban tarde y mal.
Sancho iba diciendo entre sí: ¿Nosotros tortolitas? ¿Nosotros barberos ni estropajos? ¿Nosotros perritas, a quien dicen cita, cita? No me contentan nada estos nombres: a mal viento va esta parva; todo el mal nos viene junto, como al perro los palos, y ¡ojalá parase en ellos lo que amenaza esta aventura tan desventurada!
A más de los lances de su propia existencia, contábales a las criadas retazos de libros de caballerías, así como también tradiciones fabulosas de Avila y Segovia. Sabía canciones de barberos y caminantes, toda la vida en verso del moro Abindarráez; e innumerables letrillas que cantaba con áspera voz, al son de una vihuela, dándose vuelta los párpados para remedar a los ciegos.
Cuando se hizo el asiento con Bat.e Jovenardi, se ajustó con él que se le había de dar un vestido de precio de 100 ducados, paréceme que se le debía guardar su asiento, no siendo V. Magd. servido de mandar otra cosa. Los vestidos de los barberos y de Diego Velázquez se podrían reducir a 80 ducados, y los de los mozos de la guardarropa a 70 ducados.
Cada uno de los aparatos era manejado por tres barberos, que rascaban con energía este cutis humano más grueso que el de un elefante del país, llevándose una gruesa ola de espuma, con las cañas negras de los pelos cortadas al mismo tiempo. Abajo, en torno de las piernas del Hombre-Montaña, el desorden iba en aumento. Los jinetes eran escasos para contener la creciente muchedumbre de curiosos.
Y asimismo se le a de acudir con los demás emolumentos que tienen los dhos Barberos de mi Cámara. Esta rubricado por el Rey. En M.d a 9 de Febrero 1629. Al Bureo. Felipe IV. Casa. Pago de «Los borrachos» y otras obras. Diego Velázquez, pintor, cargo de cuatrocientos ducados en plata. Los trescientos a cuenta de sus obras y los ciento por la de una pintura de Baco que hizo para servicio de S. Magd.
Había dirigido en las últimas veinticuatro horas dos memoriales al Consejo que gobernaba la ciudad pidiendo que le facilitase una orden de movilización para reunir á todos los barberos y hacerles trabajar en el servicio de la patria. Pensaba dividirlos en varias secciones que diariamente cuidasen de la limpieza del rostro del Gentleman-Montaña, así como de la corta del bosque de sus cabellos.
Palabra del Dia
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