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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Grande gusto recebían el cura y el barbero de oír el coloquio de los tres; pero don Quijote, temeroso que Sancho se descosiese y desbuchase algún montón de maliciosas necedades, y tocase en puntos que no le estarían bien a su crédito, le llamó, y hizo a las dos que callasen y le dejasen entrar.
Pero la proposición, por su audacia, forzosamente había de agradar a un hombre como el barbero, el cual acabó riendo, como si la aventura fuese graciosísima. Es verdad; podríamos ir. Tendrá chiste que la célebre diva nos vea llegar como unos venecianos para darla una serenata en medio de su susto... Casi estoy por ir a casa y traerme la guitarra.
Venid mas bien conmigo al chirivitil del barbaro español, que hallareis en cualquier entresuelo de casa vieja ó en una tienda que da sobre la calle. Si no teneis barba que rapar no importa: entrad siempre y os divertireis, conociendo un interesante tipo español. Todo barbero charla sin cesar: eso es trivial y universal.
Y en lo que dices que aquellos que allí van y vienen con nosotros son el cura y el barbero, nuestros compatriotos y conocidos, bien podrá ser que parezca que son ellos mesmos; pero que lo sean realmente y en efeto, eso no lo creas en ninguna manera.
Esta es una atención de las que no se olvidan... ¿Pero quién viene con usted?... El barbero ataba ya la barca a los hierros cuando Leonora le hizo esta pregunta. Es don Rafael Brull contestó con lentitud. Un señor al que creo ha visto usted otra vez. A él debe agradecerle la visita. La barca es suya, y él es quien me metió en la aventura.
No podía verme; me había despedido: ¡a mí, que era su barbero; a mí, padre de cinco hijos y que no tenía otra fortuna que mi destino!
Vuestra merced mire cómo habla, señor barbero; que no es todo hacer barbas, y algo va de Pedro a Pedro. Dígolo porque todos nos conocemos, y a mí no se me ha de echar dado falso. Y en esto del encanto de mi amo, Dios sabe la verdad; y quédese aquí, porque es peor meneallo.
Demasiado se sabe que usted no se ha de casar con Valentina... Usted la quiere para pasar el rato por las noches con ella en el corredor y hacer sus escapaditas adentro, ¿verdad? Y después ¡ahí queda eso!... La verdad, yo quería mucho a esa niña... La voz del barbero volvió a temblar y la mano también. Pablito no pudo siquiera hacer otro tanto. Estaba petrificado.
Díjome el amigo que debía de llamarme Fígaro, nombre a la par sonoro y significativo de mis hazañas, porque aunque ni soy barbero, ni de Sevilla, soy, como si lo fuera, charlatán, enredador y curioso además, si los hay.
De pronto todos se encontraron de pie, pero en muchos, los acentos de un verdadero dolor habían reemplazado a los gritos de temor o de sorpresa. He aquí por qué: El desgraciado barbero Flores, situado en la parte más baja del circo, se encontró entre el número de los que soportaban todo el peso de la multitud.
Palabra del Dia
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