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Actualizado: 22 de junio de 2025


Pero a esta sazón acudieron los amigos de don Fernando, y el cura y el barbero, que a todo habían estado presentes, sin que faltase el bueno de Sancho Panza, y todos rodeaban a don Fernando, suplicándole tuviese por bien de mirar las lágrimas de Dorotea; y que, siendo verdad, como sin duda ellos creían que lo era, lo que en sus razones había dicho, que no permitiese quedase defraudada de sus tan justas esperanzas.

-Cismáticos queréis decir, amigo -dijo el barbero-, que no flemáticos. -Así es -replicó el ventero-; mas si alguno quiere quemar, sea ese del Gran Capitán y dese Diego García, que antes dejaré quemar un hijo que dejar quemar ninguno desotros.

Entró Sancho, y el cura y el barbero se despidieron de don Quijote, de cuya salud desesperaron, viendo cuán puesto estaba en sus desvariados pensamientos, y cuán embebido en la simplicidad de sus malandantes caballerías; y así, dijo el cura al barbero: -Vos veréis, compadre, cómo, cuando menos lo pensemos, nuestro hidalgo sale otra vez a volar la ribera.

- sufre, a lo que yo creo -respondió la princesa-; y también que no será menester mandárselo al señor mi escudero, que él es tan cortés y tan cortesano que no consentirá que una persona eclesiástica vaya a pie, pudiendo ir a caballo. -Así es -respondió el barbero. Y, apeándose en un punto, convidó al cura con la silla, y él la tomó sin hacerse mucho de rogar.

Truhan por excelencia y amable y meloso, el barbero contemporáneo os hará reir, os hablará de teatros, de las corridas de toros, del ministerio y las Córtes, de las muchachas bonitas, y sobre todo de las vidas ajenas.

Aquí tiene usted para cubrirse mientras secamos sus ropas. Y ofrecía al barbero una bata magnífica de peluche azul, con grandes cascadas de encajes en el pecho y las mangas. Cupido se retorcía de risa en su asiento. ¡Pero qué gracioso era aquello!... ¿Iba él a vestirse con tal preciosidad? ¿Y sus patillas?... ¡Cómo reirían los de Alcira si le viesen!

No, Cupido del demonio: fuera guitarras. ¡Qué cosas se te ocurren! Lo que importa es prestar auxilio a esas señoras. Ya ves, ¡si ocurriera una desgracia!... El barbero, atajado en su proyecto novelesco fijó sus ojos en Rafael. te interesas también por la ilustre artista... ¡Ah pillo! También te ha dado golpe por guapa... Pero ya recuerdo; la has visto: me lo dijo ella.

Visto lo cual por el cura y el barbero, le dijeron que qué le había sucedido, que tan mal se paraba. ¿Qué me ha de suceder -respondió Sancho-, sino el haber perdido de una mano a otra, en un estante, tres pollinos, que cada uno era como un castillo? ¿Cómo es eso? -replicó el barbero.

Doña Teresa Burguillos, feliz consorte del barbero, era un poco torpe para la pronunciación de los nombres propios, y solía llamar Aldaba al amigo y comilitón de su esposo. Era Curro Aldama ó Aldaba exaltado fontanista, de crasa ignorancia, y con aquella osadía que acompaña siempre á los necios. Se la echaba de gran patriota, y no sonaba cencerro en Madrid sin que él tomara parte en la danza.

Brull conocía mucho al barbero. Era una de sus admiraciones de adolescente. El miedo a su madre fue lo único que le impidió de muchacho el frecuentar aquella barbería, refugio de la gente más alegre de la ciudad, nido de murmuraciones y francachelas, escuela de guitarreos y romanzas amorosas que ponían en conmoción a toda la calle.

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