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Actualizado: 16 de julio de 2025
Leticia aguantó el golpe con la serenidad de una estatua de piedra, con gran asombro del banquero, que se gozaba en el castigo que hallaba su injustificada mordacidad con él, en la imprudente alusión de su propio marido.
La hermosa dama que acaba de entrar en la casa es la esposa de este banquero, y hermana política, por lo tanto, de la señora de Calderón.
Lo primero que vió Miguel fué un enorme montón de billetes de mil francos, de placas de cinco mil, de fichas y papeles de distintos valores. Era una fortuna. Luego se fijó en Alicia, inmóvil en su asiento, tal como la había dejado, con un rostro inexpresivo de cariátide. Sólo sus ojos iban maquinalmente de aquel montón de riquezas á las manos del banquero. Fumaba... fumaba.
Decía esto á sus espaldas, y él no podía explicarse el respeto con que le trataban los otros invitados y la simpática atención con que le oían apenas pronunciaba algunas palabras. Así conoció á varios diputados y periodistas, amigos del banquero Fontenoy, que eran los convidados más importantes.
Sí, al fin esta linda joven se casa, se casa con el barón Julio Grèbe, hijo de un acaudalado banquero de París. Julio es ya heredero por línea directa de una docena de millones de francos, y espera suceder a su tío en igual suma redonda.
"La condesa de T *, señora a quien Clementina odiaba de muerte por un desaire que en cierta ocasión le había hecho, andaba necesitada de dinero; se lo pidió al viejo banquero Z * y éste se lo había otorgado mediante un rédito muy poco apetitoso para la deudora.
Vestía con exquisita elegancia, y por su edad y aspecto, tenía representación de persona importante: juzgándole por las trazas no era disparatado imaginar que fuese presidente de algún alto cuerpo del Estado, banquero poderoso o senador por derecho propio.
Y Torrebianca empezó á darse cuenta de que todos necesitaban una víctima escogida entre los vivos, para que cargase con las tremendas responsabilidades evitadas por el banquero al refugiarse entre los muertos.
Lo cierto era que desde el anochecer, toda una procesión de clientes, anonadados unos y amenazantes otros, entraban en las oficinas del banquero, no encontrando otra cosa que las mesas abandonadas y algunos empleados quejumbrosos y todavía no convencidos de la ruina de su principal.
El banquero daba órdenes a su secretario para que buscase un nuevo legajo en las diversas piezas que componían su departamento de lujo.
Palabra del Dia
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