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Actualizado: 27 de mayo de 2025
Creía que se bailaba en los salones la polka íntima que él, años atrás, había visto bailar en Madrid, con ocasión de cierto viaje curioso. En mi tiempo bailábamos de otra manera. El Arcipreste olvidaba de buena fe que él nunca había bailado más que con alguna silla. Eso sí; allá, cuando seminarista, había sido gran tañedor de flauta y bailarín sin pareja.
En las tabernas, que no eran pocas, se oía mucha algazara. Era ya casi noche. Úrsula le fue guiando al través de aquella calle larga y tortuosa, que era la única de la parroquia de San Pedro, hasta una plazoleta en cuyo centro bailaba un grupo de muchachas. La batelera se detuvo delante de una casa vieja con escudo sobre la puerta, y se arrimó a la ventana de la tienda donde había estanquillo.
Pues bien, sal de dudas. La conocí en Londres, en la Alhambra, donde cantaba y bailaba, sin que se pudiese sospechar que llegaría á ser una estrella. ¿No es italiana? preguntó bruscamente Tragomer. Los ojos de Sorege se abrieron y dijo con voz seca, solo detalle que tradujo un poco su emoción: ¿Por qué ha de ser italiana? ¿Porque canta en italiano?
Un piano, jubilado por su respetable ancianidad en aquel retiro, fue el que marcó con voz cascada el compás de una mazurca. Como era de esperar, el baile perdió al instante toda gravedad y ceremonia y se convirtió en torbellino de saltos, gritos y risas. Marta, que bailaba con Ricardo, le dijo de pronto: No puedo soportar este calor: ¿quieres que salgamos un poco a tomar el fresco?
Una mañana que me encontró sola barriendo, me pidió conversación. Yo le di... con la escoba en la cabeza; pero otra me quedaba dentro, porque ¿sabe uté? Felipe me gustaba... nada más que por el aquel que tenía... Cantaba los tangos ¡que había que oírle! Le digo a uté que había que oírle. Bailaba panaderos como un gitano de la Macarena. ¡Y luego tan guasón! Nunca se sabía cuándo hablaba formal.
Perla se asemejaba al arroyuelo, en cuanto á que la corriente de su vida había brotado de una fuente también misteriosa, y se había deslizado entre escenas harto sombrías. Pero, todo lo contrario del arroyuelo, la niña bailaba, y se divertía y charlaba á medida que su existencia transcurría. ¿Qué dice este arroyuelo tan triste, madre? preguntó la niña.
Para no hacer ruido y para no dar qué decir, D. Joaquín pretendió con mucho disimulo, tentando antes el vado, que Rafaela fuese presentada a la emperatriz; pero la augusta señora no quiso recibirla, ya pensando en la vida que se decía que Rafaela había hecho en España y en Lisboa, ya recordando que en el gran teatro de Río la habían silbado cuando ella bailaba el vito o cantaba canciones del maestro Iradier, muy celebradas entonces.
Mi felicidad llegó a su apogeo al verme, danzando con el señor de Couprat, en aquel salón lleno de luces, a la vista de tantas señoras riquísimamente ataviadas, y entre aquella sociedad de la que me hallaba tan lejos poco antes. Pablo bailaba mucho mejor que los demás.
Gloria es muy graciosa y simpática. ¡Si viera qué bien bailaba de niña las seguidillas! Y ahora también. ¿Cómo ahora? preguntó con asombro. Entonces le expliqué de qué manera la había visto bailar en Marmolejo, lo cual celebró vivamente. Siempre ha sido muy resuelta y un poco aturdida... Si no fuera por ese carácter alegre que Dios le ha dado, ya estaría muerta hace tiempo...
Tañían una guitarra, Y ésta nunca salía fuera, Sino adentro, y en los blancos, Muy mal templada y sin cuerdas, Bailaba á la postre el bobo, Y sacaba tanta lengua Todo el vulgacho, embobado De ver cosa como aquella.»
Palabra del Dia
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