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Actualizado: 27 de mayo de 2025
Puesto que el pastor bailaba, no había, pues, razón alguna para que ese acto no fuera aceptado como una parte del orden de las cosas, lo mismo que si se tratara del squire.
En una palabra, en Sarrió el año de gracia de 1860 no existía la vida pública. Se comía, se dormía, se trabajaba, se bailaba, se jugaba, se pagaba la contribución; pero todo de un modo absolutamente privado. Cuando se cansaron de disputar los del Saloncillo y llevaban de vencida la digestión, don Mateo les anunció, relamiéndose de gusto, que le tenía sin cuidado la marcha de la compañía.
Volvieron a sonar las guitarras, haciéndose oír un rasgueo, alegre y armonioso; era un gato que se bailaba solo de puro sentido y bien tocado. Dos parejas salieron al medio de la rueda.
Entré en el baile con desgaire y brío, 1945 Que, admirándole ninfas y mozuelos, «¡Vítor!» dijeron, celebrando el mío: Y era que amor bailaba con los celos.
Frasquito, que estaba agitadísimo después de la reyerta con su suegro, experimentó la necesidad de bailar, quizá para aturdirse, y bailaba con Isabel. El señor Rafael trincaba con el maestro carpintero en un rincón, mientras en otro, una joven casada, cuyo marido no estaba allí, contaba sus desazones domésticas y pedía consejo á Paca la de la Parra.
Ella bailaba en medio del corro frente a Luis, con las mejillas enrojecidas y un brillo extraordinario en los ojos. Nunca la habían visto bailar tan arrebatadamente y con tanta gracia. Sus brazos desnudos, de una palidez de perla, elevábanse en torno de la cabeza, como asas de nácar de voluptuosa redondez.
Como quiera que fuese, él imaginaba que Rafaela tenía una voz dulce y simpática; que cantaba lindamente canciones andaluzas y que bailaba el fandango, el vito y el jaleo de Jerez por estilo admirable. No había aprendido ni la música ni la danza, pero la misma carencia de arte y de estudio prestaba a su baile y a su canto cierta originalidad espontánea, llena de singular hechizo.
Arriba, faltóle el valor a la señora y entregó la lámpara a su hermano, pidiéndole entrara primero... Ya le parecía ver el cuerpo de Quilito, inanimado, en medio de la pieza. Don Pablo tomó la lámpara, y, ¿era el viento o eran sus nervios? la lámpara bailaba en su mano, a riesgo de volcarse.
Una de las ninfas o de las sílfides que con ella bailaba decíala en voz baja: Oye, querida: fíjate en la orquesta, a la derecha; ¡observa cómo me mira! ¿Quién? Ese guapo joven que viste chaleco de cachemir. ¿Y qué significa eso? Que está enamorado de mí. ¡Enamorado! exclamaba Judit. Está claro; ¿de qué te asombras? ¿Acaso tú no tienes algún amorcillo? ¡Dios mío! yo no. ¡Tiene gracia!
Palabra del Dia
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