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Actualizado: 27 de mayo de 2025


Pepe Castro había recibido el consejo de su ex querida Clementina referente a la conveniencia de festejar a la niña de Calderón, con risa como ya hemos visto. Sin embargo, no le cayó en saco roto. Mientras bailaba y bromeaba con otras jóvenes, no dejó de acordarse más de una vez.

Las armonías que percibía, evocaban a María Teresa y Huberto enlazados; entonces sintió un irresistible deseo de verlos, volvió sobre sus pasos, y pasó el resto de la noche detrás de una de las ventanas de la sala donde bailaba.

Volvía a su conferencia con Balmes cuando.... ¡Jesús nos valga! ¡Ahora , ahora que no cabía duda! Un chillido sobreagudo de terror había subido por el oscuro caracol y entrado por la puerta entornada. ¡Qué chillido! El velón le bailaba en las manos a Julián.... Bajaba, sin embargo, muy aprisa, sin sentir sus propios movimientos, como en las espantosas caídas que damos soñando.

Y él, con el chaqué ceñido de talle y abombado de pecho, los pies de femenil pequeñez enfundados en charol y cañas blancas sobre altos tacones, bailaba grave, reflexivo, silencioso, como un matemático en pleno problema, mientras las luces azuleaban las dos cortinas obscuras, apretadas y brillantes de sus guedejas.

Se abrió la puerta y entró un viejo mendigo envuelto en una anguarina parda, con una de las mangas atadas y convertida en bolsillo. Dantchari el Estudiante le conocía y dijo que era un vendedor de canciones a quien tenían por loco, porque cantaba y bailaba recitándolas. Se sentó Ipintza, el Loco, a la mesa y le dió el posadero las sobras de la cena.

Otros tantos pollos dando vueltas en la antesala, el aire triste, la mirada opaca, abrochándose mutuamente los guantes con las horquillas de sus hermanas. Generalmente eran los mismos. Cada pollo bailaba dos o tres polkas, rigodones o lanceros con las hermanas de sus amigos.

Velázquez bailaba con Mercedes. Su antigua querida comenzó á palmotear y á jalearlos de tal modo que el guapo volvió la cabeza sorprendido y los presentes hicieron lo mismo. Al observar su faz pálida, demudada, se guiñaron el ojo y no faltó quien exclamase: ¡Bueno va! Soledad al fin la ha pescao... Si te caes, yo me comprometo á llevarte á casa en brazos, niña.

Así es que la cáustica frase que bailaba en la punta de su lengua expiró en sus labios y se limitó a recibir una tímida excusa con altiva mirada, recogiéndose la falda como para evitar la proximidad de un ser contagioso. De regreso a la sala del colegio, sus ojos cayeron sobre las azaleas, presintiendo una revelación.

Me habían vestido de nuevo aquel día, y mi tía, que participaba de la alegría general y gozaba por consiguiente de un buen humor excepcional, me había trazado un programa deslumbrador, cuya primera parte consistía en que yo no ocupara un sitio en los balcones, porque no había lugar, en cambio de ir al Bajo a ver las tropas con Alejandro y por la noche al teatro con mi tío. Yo bailaba de júbilo.

Bailaba, pues, tanto como la más linda damisela de Lancia, por razón opuesta, esto es, por el saludable terror que había logrado inspirar. Ella lo sabía, y aunque humillada en el fondo del alma, no dejaba de aprovecharse, optando por el que consideraba menor de los males.

Palabra del Dia

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