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Actualizado: 9 de junio de 2025


Valldemosa se presentó de pronto a su vista sobre la cumbre de una colina rodeada de montañas. La torre de la Cartuja, con adornos de azulejos verdes, elevábase sobre la frondosidad de los jardines de las celdas. Febrer vio un carruaje inmóvil en una revuelta del camino. Un hombre descendió de él, moviendo los brazos para que el cochero de Jaime detuviese sus bestias.

Batiste se fijó por primera vez detenidamente en la famosa taberna, con sus paredes blancas, sus ventanas pintadas de azul y los quicios chapados con vistosos azulejos de Manises. Tenía dos puertas.

El pavimento del nuevo templo no sería de baldosa común, como el de Sarrió, sino de azulejos; los altares vendrían tallados de Italia, los cristales de Londres; el altar mayor sería todo de mármol. Cada uno de estos pormenores, repetidos de boca en boca, les hacía derramar lágrimas de ternura.

Las galerías están sostenidas por veinticuatro columnitas, también de mármol, de mucha gracia y ligereza, y en todo el derredor se ven en los muros los bustos de los emperadores romanos muy bien trabajados. Por último, al derredor del patio, sobre las galerias bajas, se hallan cuatro salones cuyos azulejos, arabescos y artesonados son de mucho gusto por la ejecución esmerada y el colorido.

El torero iba a realizar sus deseos, construyendo una casa para su madre. Ella, la pobre, que había pasado su vida fregando los suelos de los ricos, que tuviera un hermoso patio con baldosas de mármol y zócalos de azulejos, sus habitaciones con muebles como los de los señores, y criadas, muchas criadas, para que la sirviesen.

El joven avanzaba lentamente, con miedo, como si temiera que el ruido de sus pasos cortase aquella melodía que parecía mecer amorosamente el huerto, dormido bajo la luz de oro de la tarde. Llegó a la plazoleta, frente a la casa, y vio de nuevo sus palmeras rumorosas, los bancos de mampostería con asiento y respaldo de floreados azulejos. Allí había reído ella muchas veces escuchándole.

No era amplia, pero ostentaba enorme retablo de madera dorada, al estilo de churriguerra, zócalo de azulejos, y pavimento de mármol en locetas blancas y negras, alternadas. Lo que más me llamaba la atención eran los sepulcros de mis antepasados.

Había un sofá forrado de tela encarnada y varias sillas, una consola y un espejo: las paredes estaban tapizadas con buena porción de estampas religiosas; el suelo de azulejos. Cuando me hallé solo, volvió a acometerme la misma inquietud y temblor que sentí al penetrar en el portal y tirar de la campanilla. La presencia de la monja me había distraído un poco y sosegado.

Las paredes blancas, chapadas de azulejos árabes hasta la altura de un hombre, estaban adornadas con prospectos de corridas de toros impresos en sedas de diversos colores. Diplomas con vistosos títulos de asociaciones benéficas recordaban las corridas en que Gallardo había toreado gratuitamente para los pobres.

Dilátanse a uno y otro lado las estrechas paralelas de los surcos cubiertas por mieses amarillentas o verdosas, y esmaltando el gris oscuro de los secos terrones, crecen profusamente las encendidas amapolas, los azulejos pálidos y las margaritas de botón de oro.

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