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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Madama Scott y miss Percival iban y venían, examinando con infantil curiosidad la instalación del cura. El jardín, la casa, todo es precioso aquí decía madama Scott. Las dos entraron resueltamente a la cocina. El abate Constantín las seguía sofocado, azorado, estupefacto ante tan brusca y repentina invasión americana. La vieja Paulina miraba a las dos extranjeras con aire inquieto y sombrío.
Para el alma nutrida de pesares, para el transido corazón, acaso es el asilo de la paz suprema, del reposo y la calma en Eldorado. Pero el viajero que azorado cruza la región no contempla sin espantos que a los mortales ojos sus misterios perennemente seguirán sellados, así lo quiere la Deidad sombría que tiene allí su imperio incontrastado.
Entonces comprendí, azorado y atónito, que alrededor de las murallas de esa pieza había, formando altas pilas, unos sobre otros, una inmensidad de sacos de cuero llenos hasta casi reventar. Toqué una pila que había al alcance de mi mano, y vi que lo que dentro se encerraba, era duro y angular y no cedía a la presión.
A mí me da la idea de que ha ido en tranvía y de que está allí un poco azorado, como en una visita de cumplido. Sus personajes la anciana de la cofia, la niña que tiene el pecho de cristal, etc. le rodean, y según decía la admiradora desconocida, parece que están hablando. Parece que están hablando y hablando en prosa, y esto es lo malo, porque en escultura no se debe hablar.
Maximiliano se sentó a la mesa sin decir nada, muy grave y algo azorado.
Después la joven vio una docena de cosacos que trepaban por la pendiente opuesta, entre los brezos, como si fuesen liebres, y más abajo, en un claro, a Yégof que atravesaba el valle, a la luz de la Luna, como un pájaro azorado.
Ella sentía escalofríos de terror al pensar que su marido podía sorprenderla, mientras el laborioso ingeniero estaba en la fábrica, á una distancia enorme de la realidad. Su aspecto azorado, sus excesivas precauciones para deslizarse inadvertida, acababan por llamar la atención de los transeuntes.
Mostraban el aspecto azorado de una tripulación que presiente la llegada de la tormenta capaz de tragarse su buque. Robledo oyó pasos discretos detrás de los cortinajes, con acompañamiento de susurros, y vió cómo se levantaban aquéllos levemente, dejando asomar ojos curiosos.
Después de una pausa larga, añadió humildemente: No puede usted figurarse cuánto me disgusta el observar la envidia de D. Narciso. ¿La envidia? preguntó el sacerdote con sorpresa. ¿A quién tiene envidia? A usted, padre, a usted repuso con firmeza la joven. No, hija, no dijo el P. Gil todo azorado. Yo no puedo excitar la envidia de nadie... Soy un pobre clérigo... un miserable pecador...
Excelentísimo señor dijo el presidente, cierto; pero acaba de llegar... ¿Ha llegado la hacienda, ha llegado mi ministerio? preguntó azorado el señor Tallarín, buscando con los ojos por todas partes si llegaría a ver un peso... Todavía no, pero.
Palabra del Dia
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