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Actualizado: 9 de junio de 2025
Decir que hay más morenas que rubias, fuera ocioso, tratándose de Andalucía; pero su moreno es esclarecido, como el de las legítimas venecianas. Sin embargo, en el Albaicín abunda un tipo hechicero y rarísimo en España: la mujer blanca como la nieve y con el pelo negro como el azabache..... ¿Serán descendientes de odaliscas circasianas de los últimos harenes moros?
Eso se parece dijo uno de los oyentes la historia de la princesa Laureola, por quien vinieron de la Meca los tres reyes moros, y dice el cuento que tenía los ojos de azabache ardiendo, la boca de flor de granado, y las orejas de caracolitos del mar. ¿Lo sabes tú? Eso está en el romance de la Reina mora, bruto. ¿Qué tiene eso que ver con la princesa Laureola?
Se encuentra de cara á la luz y sus negros cabellos, peinados negligentemente hacia atrás, brillan como el azabache, y sus largas pestañas, cada vez que levanta la cabeza, bajan y suben con ligero temblor queriendo evitar los rayos importunos de la luz. El conde no es hermoso, pero tenía mucha razón Octavio al presumir que era un hombre distinguido.
Y, en esto, comenzó a llorar tiernamente, y dijo: -Perdóneme vuestra merced, señor don Quijote, que no va más en mi mano, porque todas las veces que me acuerdo de mi mal logrado se me arrasan los ojos de lágrimas. ¡Válame Dios, y con qué autoridad llevaba a mi señora a las ancas de una poderosa mula, negra como el mismo azabache!
Teresa, costurera también, era por su rostro una verdadera mora, y de las más oscuritas; el cabello negro como el azabache, los ojos rasgados y tan negros como el pelo, la nariz y la boca correctas. Pasaba por fea en la villa a causa de su color: en realidad era un hermoso tipo oriental.
Algunos campesinos se frotaban los ojos con sus amuletos gallegos de azabache o con la cruz de sus rosarios, y rezaban en voz alta.
No obstante, sus ojazos negros como el azabache, su ordinario y despeinado pelo mate, cayendo sobre una cara tostada por el sol, sus descarnados brazos y pies tiznados por el rojizo barro, todo le era conocido. Acababa de llegar Melisa Smith, la niña sin madre, de Smith. ¿Qué puede querer de mí? pensó el maestro.
Y pasaban meses y corrían años, y convencida la autoridad de que empleando la fuerza no podría atrapar al muy pícaro, que siempre se escabullía de la celada mejor dispuesta, resolvió recurrir a la traición. Nada más traicionero que el amor. Una Dalila de azabache se comprometió a entregar maniatados al nuevo Sansón y a sus principales filisteos.
Antes de salir a la calle pasa a otro gabinete frontero al suyo, con la aparatosa sala por medio; y allí encuentra, ordinariamente solas, y rara vez con visitas, a una señora tan gruesa como él, dura de semblante y rica aunque charramente vestida, y a una joven como de veintidós años, ancha de hombros y caderas; bien destacada de pecho; de ojos y cabellos negros como el azabache; de blancos dientes y moreno cutis; bien proporcionada y airosa de talle, y vestida con todo el rigor de la moda...; una buena moza en toda la extensión de la palabra.
Hay orgullos muy singulares. El que Melchor fundaba en su pipa era disculpable, porque la pipa iba pareciéndose al ébano más puro y reluciente, y el artista, después de arrojar sobre ella, distribuyéndolos bien, chorros de espeso humo, la frotaba con el pañuelo, y se miraba después en aquel espejo de azabache... Cuando concluía de fumar, guardaba la pipa en el estuche y se iba a la cama, de donde no salía hasta la una del siguiente día.
Palabra del Dia
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