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Actualizado: 9 de junio de 2025


Sus ojos negros, brillantes, lucían mejor con este traje, lo mismo que sus cabellos de azabache. Había alzado las mangas del vestido y mostraba al descubierto unos brazos mórbidos y mejor torneados de lo que pudiera esperarse de su corta edad.

Al través de su piel blanca como la leche, se distingue el azul de las venas y el rojo de la sangre cuando el rubor o la expresión la enciende. Sus finos cabellos, negros como el azabache, caen sobre los hombros, de suerte que le dan todo el aspecto de una jovencíta. Nadie diría que tiene más de treinta años.

Algunas, aunque parezca mentira, pedían que las rociaran con un poco de agua. También había fichús de azabache y felpilla, camisetas de hilo y algunas piezas de encaje.

El valle, verde, húmedo y reluciente, perfectamente iluminado por los rayos oblicuos del sol, parecia un inmenso tapiz de esmeralda salpicado de manchas de azabache y ópalo, y en el fondo se agitaban las ondas del lago de Lowerz con los últimos estremecimientos causados por el soplo de la borrasca.

El pobre joven no salía de apuros: dudaba si incluir el kamagon entre los metales, el marmol entre los cristales y el azabache dejarlo como neutro, hasta que su vecino Juanito Pelaez le apuntó disimuladamente: ¡El espejo de kamagon entre los espejos de madera!... El incauto lo repite y media clase se desternilla de risa. ¡Buen kamagon estás ! le dice el catedrático riendo á su pesar.

Allí, una cresta de rocas negras, separados campos de nieve que ostentan á ambos lados su deslumbrante blancura, parecen una diadema de azabache en su velo de muselina.

Eran grandes, con pestañas largas y un negro de azabache: el iris acero gris, poseía una cristalina claridad y transparencia, a través de la cual la pupila negra azabache se veía expandirse y contraerse, con toda sombra de pensamiento o de emoción.

Con estos antecedentes, ya puedo desarrollar la situación dramática, de un efecto horriblemente sublime. Veamos: ella está en su cuarto, lánguidamente sentada junto á un veladorcillo, y piensa en el Apolo de Azabache, charolado objeto de su pasión. Hojea un álbum, y de tiempo en tiempo su rostro se contrae con aquel siniestro mohín que la hace tan espantablemente guapa.

Su color era tal, que en cuanto se agitaba se convertía en una montaña de púrpura esplendente, tan bermejo se paraba, resaltando así más y más su crin y cola de azabache, que era necesario recortar muy a menudo, pues de otra manera llegaran a rodar por el suelo.

Venía ella con vestido de seda muy ceñido, que revelaba todas las airosas curvas de su cuerpo juvenil, y en la graciosa cabeza, sobre el pelo negro como el azabache, llevaba claveles rojos y una mantilla blanca de rica blonda catalana. La función hacía tiempo que había empezado.

Palabra del Dia

irrascible

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