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Actualizado: 19 de junio de 2025
Después de ese suceso, Ester se vió atormentada varias veces con la misma ilusión de sus sentidos, aunque no con tanta fuerza.
«No puede ser que Milagros haya dicho eso de mí pensaba, camino de Palacio, atormentada por aquella inscripción horrible que le quemaba la frente . Es mentira de esa bribona... ¡Qué día! Cuando llegue a casa lo primero que he de ver es si me he llenado de canas. La cosa no ha sido para menos». Y lo primero que hizo fue mirarse al espejo.
Cayó en el sueño como en un pozo, y su mujer pasó muy mala noche, atormentada por el desagradable recuerdo de lo que había visto y oído. Al día siguiente Santa Cruz estaba como avergonzado. Tenía conciencia vaga de los disparates que había hecho la noche anterior, y su amor propio padecía horriblemente con la idea de haber estado ridículo.
Urbási, desde que llegó a ser núbil, se sintió atormentada por amor sin objeto; pero no sin objeto, sino por objeto a su ver imaginario, que columbraba su mente en la vaga penumbra de confusos recuerdos, en las casi borradas impresiones que anteriores existencias acaso han dejado en el alma. Antes de que te viese, Urbási te amaba. Te vio, y tú fuiste su salvador. En el día, Urbási te idolatra.
Comprendo el dolor de usted; pero la suponía preparada a soportarlo. Usted ha hecho lo posible para desviar nuestras sospechas, y no puede sentirse atormentada por el remordimiento de haber perjudicado al Príncipe. Pero por oculta que esté la verdad a la larga sale a luz.
La pecadora descansa de noche en su lecho, atormentada por sus sombríos pensamientos; detrás de la escena resuena cántico confuso y sobrenatural, que pinta lo pasajero de todas las cosas terrestres, presentándose una sombra con barba y largos cabellos blancos, trayendo un féretro en la mano, una corona y un cetro en la otra y un azadón al hombro.
En las últimas noches de Agosto iba alguna vez al Prado, donde se reunía con las Cucúrbitas, y aunque horriblemente atormentada por la idea del compromiso inminente, tomaba parte en las conversaciones ligeras de la tertulia. Se formaba un grupo bastante animado, al que concurrían algunos caballeros.
Avaro de vivir para sus esperanzas, suponía que la muerte le acechaba, volando astuta en el seno del abismo, y a cada vuelta estridulante de la hélice se acongojaba pensando cómo la fatalidad le alejaba del rincón de su valle, donde la mujer de sus amores padecía y lloraba, tal vez llamándole, atormentada y perseguida.... Un pesimismo desesperante le hacía escuchar ecos de naufragio y agonía, y prestando atento el oído con demente zozobra, percibía distinta y trépida una voz de desgracia que nacía en el fondo gimiente de las olas y culebreaba entre la madeja de los mástiles, hasta extinguirse como un suspiro en la sombra infinita de la noche....
El único consuelo, la única alegría que me quedaban, eran las cartas de Marta. Me escribía con frecuencia, en ciertas épocas hasta todos los días, y las más de las veces encontraba en ellas un post-scríptum de la letra desigual y atormentada de Roberto. ¡Oh, cómo me echaba sobre ellos, cómo devoraba su menor palabra! Gracias a esas cartas, vivía con ellos, por decirlo así.
Muchos eran los días que esta joya descansaba en su estuche. No se debe quitar el anillo de novios declaró sentenciosamente Diana. ¿Qué quieres? He estado tan atormentada, he pasado por tales angustias, que no es extraño que se me haya olvidado de ponerme hoy esa alhaja. Eso no es una alhaja, es tu anillo insistió Diana.
Palabra del Dia
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