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Actualizado: 11 de junio de 2025


Con estas y otras cosas habían pasado la calle de Atocha y llegado á la Plaza Mayor; atravesáronla, dirigiéndose á la plazuela de San Miguel. Venga usted, venga usted dijo, tomando el brazo á Clara, al ver que manifestaba cierto recelo de internarse por el arco obscuro que da á la plazuela del Conde de Miranda.

Pues nada: que Don Carlos Moreno Trujillo, que toda la vida, desde que el mundo era mundo, salía infaliblemente por la puerta de la calle de Atocha... no alteró aquel día su inveterada costumbre; pero a los pocos pasos volvió adentro, para salir por la calle de las Huertas, hecho singularísimo, absurdo, equivalente a un retroceso del sol en su carrera.

Le has de ver obispo y puede que Papa... ¡Leña a los herejes y protestantes; duro, firme!». Acto seguido, Encarnación cogió al niño por un brazo y se dispuso a salir. «¿A dónde va usted? A ver la corte, que va hoy a Atocha de toda gala. Me pirro por ver la gala de la corte de España, que es la primera del orbe mundo. Pero ahora, hijita, todo es miseria.

Cuando marchaban juntos por la calle de Atocha, el aragonés escuchaba las palabras de su desconocido favorecedor con la tranquila atención de la inferioridad; admiraba sus maneras, su entendimiento, su fisonomía, su modo de expresarse, y en aquel momento le pareció el más cumplido caballero que había visto.

En aquel momento y como contestando á la pregunta del cocinero, traído por el viento, llegó hasta él el sonido de un reloj cercano. ¡Dios mío! exclamó Montiño ; es el reloj de Nuestra Señora de Atocha. Me he perdido; estoy de extremo á extremo de palacio y son las nueve de la noche. Cuando yo salí de aquella maldita casa debían ser, cuando más, las siete.

No un libro, sino media docena le traería Frasquito con mil amores; y prometiéndolo así, se lanzó a la calle, ávido de aire, de luz, de ver gente, de recrearse en cosas y personas. Del tirón, andando maquinalmente, se fue hasta el Paseo de Atocha, sin darse cuenta de ello. Luego volvió hacia arriba, porque más le gustaba verse entre casas que entre árboles.

Eran estos, ó judíos que se habian empeñado en no renegar de Moisés, ó cristianos que se habían casado con sus comadres, ó no habian sido devotos de Nuestra Señora de Atocha, ó no habian querido dar dinero á los padres capuchinos. Cantáronse unas devotísimas oraciones, y luego fuéron quemados vivos, á fuego lento, todos los reos; con lo qual quedó muy edificada la familia real.

El alguacil del Santo Oficio le había llevado en derechura al convento de Atocha, le había metido en la celda, y se había quedado guardándole por fuera. Cuando se vió allí Montiño, respiró un tanto.

Asíos á mi brazo, que seguro estoy de no perderme; toda la calle de Atocha arriba, á la calle de la Magdalena, la de la Merced, la del Duque de Alba, la de Toledo, la plaza de la Cebada y la calle de Don Pedro; iría con los ojos vendados.

Santa Cruz, Bringas y Arnaiz el gordo, monopolizaban toda la pañería de Madrid y surtían a los tenderos de la calle de Atocha, de la Cruz y Toledo. En las contratas de vestuario para el Ejército y Milicia Nacional, ni Santa Cruz, ni Arnaiz, ni tampoco Bringas daban la cara.

Palabra del Dia

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