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Actualizado: 11 de junio de 2025
Allí, ocultándose detrás de los troncos de los árboles, estuvo en acecho largo rato. El niño al fin en una de sus escapatorias acertó a pasar junto a él. Le llamó, le besó, y rápidamente le arrastró consigo lejos para comprarle confites. Cuando estuvo a buena distancia de las criadas comenzó a seguir los caminos más extraviados del parque, y por ellos fue a salir a Atocha.
Y siguió adelante, guiado ya por la pendiente de la calle de Atocha y casi á la carrera. Cinco minutos después tiraba de la cuerda de la campana de la puerta del convento y pedía al portero ver al padre Aliaga de orden del rey. Inmediatamente fué introducido. El padre Aliaga, sentado delante de su mesa, ceñudo y sombrío, pensaba más que leía sobre un libro.
Pez era el encargado de llevar a la señora de Bringas al domicilio conyugal a las doce o la una de la noche, y por el camino, que desde el primer trozo de la calle de Atocha a Palacio no es muy largo, rara vez dejaba D. Manuel de entonar la jeremiada de sus disturbios domésticos. Cada noche relataba episodios más lastimosos, y conseguía mover borrascas de compasión en el pecho de Rosalía.
Gobernador, alcaldes, concejales, inspectores y guindillas, tuvieron que huir vergonzosamente ante las amazonas del Manzanares. Apaleaban a los agentes, herían a los guardias, silbaban a los clérigos, ordenaban cierre de tiendas, y recorrían la capital en son de guerra, gritando: «¡Muera el alcalde! ¡Abajo los ladrones!» En la calle de Atocha sufrieron una carga de caballería.
Un sargento mayor, que es mucha cosa de don Rodrigo, tiene amores con la mujer del cocinero mayor de su majestad; el cocinero mayor de su majestad tiene un sobrino, que por una mujer da de estocadas á don Rodrigo Calderón, busca en él algunas pruebas, y encuentra cartas de Olivares á Calderón... cartas en que se hace traición á mi tío... Hay aquí algo que se toca... Alonso del Camino, montero de Espinosa del rey, estuvo anoche secretamente en el convento de Atocha, según me ha dicho el padre José, y el confesor del rey, á pesar de que es enemigo declarado de mi tío, ha sido nombrado inquisidor general.
Salía invariablemente por la calle de Atocha, aunque a la salida tuviera que visitar a su hija, habitante en la calle de la Cruz.
Vos tenéis que ir á Atocha. Yo me he detenido ya demasiado. Adiós, pues dijo Juan Montiño, tomando una mano á doña Clara y besándola. Y se dirigió á la salida. Esperad, están cerradas las puertas dijo doña Clara, tomando una bujía y precediéndole.
Un alguacil que me había esperado á la salida de la portería. ¿Os vigilaba el Santo Oficio?... ¿es decir, que el Santo Oficio vigila la casa de mi tío? Yo no lo sé, señora dijo Montiño asustado por las proporciones que iba tomando su mentira . Yo sólo sé que el alguacil me dijo: Seguidme. Y le seguí. ¿Y á dónde os llevó? Al convento de Atocha, á la celda del inquisidor general.
A pesar de que estaba asendereado y molido, de que llovía, de que el terreno estaba resbaladizo, de que hay una gran distancia desde el convento de Atocha á palacio, Montiño recorrió aquella distancia en pocos minutos. Cuando estuvo en la puerta de las Meninas, se abalanzó por las escaleras más próximas y subió á saltos los peldaños. Cuando llegó á su puerta, llamó. Nadie le contestó.
Algo más cotorrearon, pero no hace al caso. Doña Lupe se llevó a su sobrino al Monte de Piedad, y como aquel día las ventas fueron de muy poco interés, tornaron pronto a casa, después de comprar fresa y espárragos en un puesto de la calle de Atocha.
Palabra del Dia
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