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Actualizado: 25 de mayo de 2025
El pobre ser debatíase entre los brazos de los suyos con los horrores de la asfixia, tendiendo sus brazos hacia adelante. Un velo parecía flotar ante sus ojos, empequeñeciendo las pupilas. Su respiración tenía el burbujeo del hervor, como si en su garganta tropezase el aire con el obstáculo de extrañas materias.
De la oprimida garganta del desdichado joven salía un gemido, estertor de asfixia. Sus ojos reventones se clavaban en su verdugo con un centelleo eléctrico de ojos de gato rabioso y moribundo.
No era una estrella lo que se abría en la tierra refractaria: era una gran hostia de fuego, un sol de color de cereza, con ondulaciones verdes, que abrasaba los ojos hasta cegarlos. El hierro descendía por la canal, esparciéndose en espesa ondulación en las cuadrículas del suelo. Aresti creyó morir de asfixia.
Y recordando a tres segadores andaluces muertos de asfixia, según había leído en uno de sus papeles, intentaba en vano mirar de frente al sol y le amenazaba con el puño cerrado. ¡Asesino!... ¡Reaccionario!... ¡Lástima que no estés más abajo el día de la gorda! Cuando llegó al depósito de mercancías, detúvose un momento a descansar.
Febrer vio salir a unas mujeres vestidas de negro, tétrico grupo de tapadas, que apenas sí enseñaban a través de la abertura del manto su nariz enrojecida por el sol y un ojo de brasa velado por las lágrimas. Iban cubiertas con el abrigais, chal de invierno, envoltura tradicional de gruesa lana, cuya vista producía una sensación de tormento y asfixia en aquella mañana bochornosa de verano.
Esto que digo de visitar talleres ajenos no significa precisamente una labor crítica, que si así fuera yo aborrecía tales visitas en vez de amarlas; es recrearse en las obras ajenas sabiendo cómo se hacen o cómo se intenta su ejecución; es buscar y sorprender las dificultades vencidas, los aciertos fáciles o alcanzados con poderoso esfuerzo; es buscar y satisfacer uno de los pocos placeres que hay en la vida, la admiración, a más de placer, necesidad imperiosa en toda profesión u oficio, pues el admirar entendiendo que es la respiración del arte, y el que no admira corre el peligro de morir de asfixia.
La solución de este drama es desconocida, pues las que se le han dado parecen absurdas. Ciertamente que no. Si, por algún accidente, se para en alguna playa, el enorme peso de sus carnes, de su grasa, la aniquila; sus órganos se rinden y queda asimismo asfixiada. En el único elemento respirable para ella, la asfixia la mata lo mismo que en el agua no respirable do vive. Abreviemos razones.
Repetíanse con frecuencia los ataques de eclampsia, y en uno de ellos podía morir. Bastaba que la respiración se retardase algunos segundos al quedar su organismo contraído por las convulsiones, para que sobreviniese la asfixia. Y tú, ¿por qué no vas a verla? preguntó el doctor. ¡Para qué! exclamó el bohemio . Sufro mucho; me falta el valor para volver.
Y el público, no queriendo perder palabra, hombres, mujeres y chicos estrujábanse contra la verja, retrocediendo algunas veces con violentos movimientos de espaldas para librarse de la asfixia. Iban compareciendo los querellantes al otro lado de la verja, ante aquel sofá tan venerable como el tribunal.
¡Qué cosas!... ¿Y no te comerías tú le propuso Fortunata , un muslito de gallina, una ruedita de merluza, una croquetita? Sólo de oír hablar de comida se ponía peor Mauricia. Le temblaban mucho las manos, y de rato en rato le daban como ataques de asfixia, siendo su respiración muy difícil, y quejándose de irresistible calor.
Palabra del Dia
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