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Cuando Tandang Selo quiso saludar á los parientes que venían á visitarle trayéndole sus niños, con no poca sorpresa suya encontró que no podía articular una palabra: en vano se esforzó, ningun sonido pudo modular.

El infeliz se vio obligado a acompañarles hasta el prado, para traer al establo lo que le faltaba. Iba más muerto que vivo, pálido, silencioso; se le había concluido la vena jocosa de que tanto abusaba. A la vuelta no pudo resistir; se metió en la huerta de casa y se arrojó de bruces debajo de un árbol, mesándose los cabellos sin articular palabra.

Jamás experimentó nuestro joven una emoción más dulce, ni fue tan feliz como en aquel momento; vinieron a sus ojos algunas lágrimas que tuvo que ocultar con el pañuelo. Julia, por su parte, estaba pálida y temblorosa, y apenas podía articular las palabras indispensables para despedirse.

La enferma quiso hablar por vez postrera para despedirse de los seres más queridos de su corazón, pero su debilidad era tan grande y sus fuerzas decaían de tal modo, que sólo a costa de un esfuerzo sobrehumano, logró articular algunas palabras.

Vamos, niño, , ¿por qué os pegasteis? repitió Demetria sacudiéndole por el brazo con impaciencia. Pepín vaciló todavía algunos instantes: al cabo profirió titubeando: Porque... porque... porque dijo que no eras mi hermana... que eras del hospicio. Toda la sangre de Demetria fluyó al corazón: quedó pálida como un cirio. No pudo articular palabra.

Una, que estaba más pálida que las otras, avanzó y exclamó con trabajo: ¡Qué miedo! ¡Madre mía, qué miedo! Creí que me moría... porque mire usted, el oso... ¡el oso era horrible! En tal estado de sobresalto se hallaba, que no pudo articular más que palabras incoherentes. Entonces la resuelta Consuelo avanzó a su vez y dijo con voz firme: Verá usted, Manín.

Al primer sonido de esa voz, Roberto se dio media vuelta bruscamente, y entonces se quedaron un rato frente a frente sin hacer un movimiento, sin articular una sílaba. Yo temblaba; hacía dos días que acechaba ese momento, y he ahí que el resultado burlaba lastimosamente mi espera. Al fin se acercaron lentamente el uno al otro y se besaron.

El rubor cubría las mejillas de la señora Liénard, sus labios sonreían y brillaban sus ojos con luces del alba, pero no podía articular ni una palabra. Por única respuesta, con gentil movimiento de gratitud tendió sus dos manos a Delaberge, quien las guardó un momento entre las suyas. No prosiguió diciendo.

La santa y la placera, ambas con igual ardor, trabajaron por atajar la vida que se iba; pero la vida no quería detenerse, y ante la ineficacia de sus esfuerzos, las dos mujeres se pararon rendidas y desconsoladas. Fortunata miraba con expresión de gratitud a su amiga, y cuando esta le cogía la mano, trataba de hablarle; pero apenas podía articular algún monosílabo. Calladas, se hablaron mirándose.

¿Qué cosas? ¡! articuló impetuosamente la zagala. Corren por el valle unos rumores... cuáles son. ¡Dílo pronto! Nolo vaciló; movió los labios repetidas veces sin articular ninguna palabra. Luego profirió rápidamente: Se dice que no has caído á la mina; que Plutón te ha llevado engañada y que allí hizo contigo cuanto quiso. ¿Y lo crees? El mozo guardó silencio.