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Actualizado: 24 de junio de 2025


Gasparón contó su desgracia con la mayor naturalidad, mostró el muñón cicatrizado, lleno de costurones, y luego, mientras duró la reunión, no cesó de molestar a los amigos pidiendo que le desliaran cigarrillos, porque aún no estaba acostumbrado a valerse con una sola mano. Una lámpara sucia, que apenas daba luz, ardía inútilmente, sin alumbrar el cuarto.

Sin dirigir siquiera una mirada a la mesa donde se hallaban sus amigos salió apresuradamente del café. Una vez en la calle, quedó un instante inmóvil. La cabeza le ardía y el corazón le palpitaba fuertemente. Al cabo emprendió a paso largo el camino de su casa. Se acercó a la portería donde los porteros formaban tertulia en torno de una mesa con algunos amigos.

Los saludos de fórmula se pronunciaron maquinalmente de una parte y de otra; y D. Luis, invitado a ello, tomó asiento en una butaca, sin dejar el sombrero ni el bastón, y a no corta distancia de Pepita. Pepita estaba sentada en el sofá. El velador se veía al lado de ella, con libros y con la palmatoria, cuya luz iluminaba su rostro. Una lámpara ardía además sobre el bufete.

El otro le había negado la obediencia, le había depuesto en Avila con cruel e infamante ceremonia, y reconocía como soberano al príncipe D. Alfonso, hermano menor del rey. El reino de Córdoba ardía en disensiones, como todo el resto del país.

¿Y aquella luz? la pregunté señalando una que ardía delante de una Virgen de los Dolores pintada al óleo. Esa luz arde delante de la Virgen desde el día en que usted salió de Madrid. Y entonces los ojos de Amparo se llenaron de lágrimas. No si hubiera cometido alguna imprudencia, porque en aquel momento sonó una campana.

Tristán y Clara, tímidos y embarazados, recorrieron las habitaciones de la casa, pequeñas comparadas con las del suntuoso hotel que acababan de dejar, pero amuebladas con refinado gusto y coquetería. Clara lo hallaría todo precioso aunque fuese mucho peor. Pero la cocinera ardía en deseos de mostrarles hasta dónde llegaban los primores de su arte.

Respondiendo sólo con una profunda inclinación de cabeza, obedeció Fray Miguel; bajó del camaranchón antes que el Padre Ambrosio, y despidiéndose de él atravesó los oscuros claustros, levemente iluminados por la luz de las estrellas y por una lamparilla que ardía ante un crucifijo pendiente del muro, y se retiró a su celda, todo conmovido por los mil encontrados pensamientos, deseos y temores que combatían por la posesión de su alma.

Pero en cambio había una magnífica cocina de señores, con chimenea de campana, de muchísimo tiro, donde ardía siempre, durante la estación fría, abundante leña de olivo y de encina y rica pasta de orujo; donde rara vez se guisaba; y donde los señores se calentaban muy a su sabor.

La portera, que había visto alquilar el piso, ignorando el objeto, traer los muebles sin saber de dónde, y quedar luego la casa cerrada, ardía en deseos de aclarar el enigma: de suerte que, al oír a Carola, quien por su astucia parecía enterada de algo, en seguida entró en conversación con ella.

Pero, señor, me decia mi mujer al salir: ¿puedes comprender que esa muchacha tan flexible y graciosa, pueda ser hija de ese fenómeno? ¡Milagros del amor! Llegamos á casa cerca de oscurecer, y hemos pasado una buena parte de la velada recordando tres cosas: la señora del restaurant, el abrazo del puente Nuevo, y el perro que ardia; aquel animal que se quemaba y lamia el baston de su amo.

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