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Actualizado: 24 de junio de 2025


Te digo, rapaz, que ni el señor cura ni el señor maestro las dibujarían mejor. Nolo ardía de impaciencia, y aunque admiraba de buena voluntad los progresos caligráficos de su novia, hubiera deseado que el tío Goro no se extasiase tanto con ellos.

¡Me estáis desgarrando el alma, Dorotea! exclamó dolorosamente don Juan. Lo siento, y esto me hace más desgraciada; daría yo porque me olvidárais mi eternidad. Escuchadme dijo don Juan tomando á Dorotea una mano que ardía y que al sentir la mano del joven tembló. Decid. Cerremos los ojos á todo. Lo sucedido no tiene remedio. Olvidáos de que me he unido á doña Clara.

Bien sabía él lo que era aquello; ya se irían acostumbrando. Además, tal vez les interesaba ver cómo ardía la miseria que diez años de abandono habían amontonado sobre los campos de Barret. Y ayudado por su mujer y los chicos, empezó á quemar al día siguiente de su llegada toda la vegetación parásita.

Quedé falto de consejo, desamparado, a mi parecer, de todo el cielo, hecho enemigo de la tierra que me sustentaba, negándome el aire aliento para mis suspiros y el agua humor para mis ojos; sólo el fuego se acrecentó de manera que todo ardía de rabia y de celos.

En tanto Lázaro, que ardía en deseos de tomar una determinación decisiva en su vida, pensaba hablar con su tío aquella misma noche, romper con él, separarse de un hombre que era autor de todas sus desventuras. Deseaba ver á las dos Porreñas, echarles en cara su crueldad y su hipocresía.

La casa del alcalde era amplia, hermosa e indicaba el bienestar de su dueño. En el patio, rodeado de rústicos corredores, y plantado de castaños y nogales, se habían extendido numerosas esteras. Para los ancianos y enfermos se había reservado el lugar que estaba al abrigo del frío, y para los demás se había destinado la parte despejada del patio, en el centro del cual ardía una hermosa hoguera.

Subió la gran escalera y en el primer piso encontró al ayuda de cámara que le esperaba con la misma respetuosa deferencia de siempre, y que le introdujo como todos los días en el saloncillo donde miss Harvey tenía costumbre de estar. La joven americana estaba sentada al lado de la chimenea, donde ardía un claro fuego de leña. La ventana, en cambio, estaba abierta y dejaba entrar el sol á raudales.

Un momento después oyó el rodar de un carruaje por el patio, después bajo la bóveda de la entrada; había partido. Levantose. Su cabeza ardía. Abrió una de las ventanas que daban al jardín y cruzó sus brazos sobre la baranda. El aspecto del cielo, de las nubes, de las paredes, de las primeras hojas, todo tomaba a sus ojos un aspecto extraño y fantástico.

En algunas calles, angostas como corredores, las fachadas se levantaban siempre obscuras, y sólo en lo alto ardía, sobre la cal, la brusca faja de sol. Sobre estos canales de sombra, los balcones cerrados suspendían su cofre de espionaje y de misterio. A veces un brazo blanco como la nieve asomaba entre las maderas y arrojaba hacia Ramiro una flor o una alcorza.

Los personajes de mi narración no querían entrar en calor, ni podía yo convertirlos en materia dúctil con ayuda del fuego que ardía en mi imaginación.

Palabra del Dia

irrascible

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