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Da gloria de Dios el verla. Y no estos costurones ... ¡más mal asentaos! Pero, condenao, ¿cómo quieres comparar aquel paño tan fino con este mahón de á tres reales? ¡Qué mahón ni que ocho cuartos!

Su barba era lacia, y su cuello muy largo, con nuez y costurones; tenía boqueras, los párpados tiernos, y un hombro algo más elevado que el otro. Era alto y flaco y pasaba por elegante, a pesar de todos sus defectos físicos. Lo cierto es que tenía gran desenvoltura y desparpajo para moverse dentro de los desairados arreos de sociedad, y para meter la cuchara en todos los corrillos.

Gasparón contó su desgracia con la mayor naturalidad, mostró el muñón cicatrizado, lleno de costurones, y luego, mientras duró la reunión, no cesó de molestar a los amigos pidiendo que le desliaran cigarrillos, porque aún no estaba acostumbrado a valerse con una sola mano. Una lámpara sucia, que apenas daba luz, ardía inútilmente, sin alumbrar el cuarto.

Para él no existían quemaduras ni costurones; todo era como antes tersura, nácar y alabastro; sus notas se arrastraban siempre lánguidas, voluptuosas, enamoradas. En casa del fisiólogo nada se sospechaba del fondo sensual que encerraban. Sánchez no podía reparar en tales futilezas. D.ª Carolina iba poco por el café y estaba muy lejos de presumir que existiese en la tierra tal desinteresado amor.

Por las mañanas, cuando se lavaba al aire libre, desnudo de cintura arriba, producían admiración los costurones y profundas cicatrices que constelaban su cuerpo, recuerdos, según él, de heroicos combates por mar y tierra contra la tiranía de las aduanas.

Tan flaco era su rostro, que al verlo de perfil podría tenérsele por construido de chapa, como las figuras de las veletas. En su cuello no cabían más costurones, y en una de sus orejas el agujero del pendiente era tan grande, que por él se podría meter con toda holgura un dedo.

Con una de ellas hablaba de vez en cuando en voz baja la hija de los señores de Calderón, niña de catorce o quince años, carirredonda, de ojos pequeños, nariz arremolachada y algunos costurones en el cuello, pregoneros de un temperamento escrofuloso.

Me dijeron que andaba por allí con una cuadrilla de pillos y cierta pelona que es su querida, la Piquirri, una chicuela seca como una caña, con la cara llena de costurones, que vende periódicos en la Puerta del Sol y se arremanga para que los señores viejos la vean unas pantorrillas que parecen flautas.

En medio de las mayores tribulaciones, conservaba el humor jovial, los chascarrillos, las grotescas salidas de payaso á las cuales daba realce su cara espantosamente fea, surcada de costurones causados por la viruela. Tampoco le abandonaba su genio filosófico, inclinado á buscar las causas de todos los efectos y escudriñar las ocultas relaciones de las cosas. Su fuerte era la dialéctica.

Los que trataron a Segunda en su edad de oro, apenas la conocían ya, porque su cara estaba toda llena de costurones, y en el cuello y quijada inferior llevaba unas rúbricas que daban fe de otros tantos abcesos tratados quirúrgicamente.