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Actualizado: 13 de julio de 2025
Conseguido el propósito de Ulises, se encaminan ambos á Troya, sin preocuparse mucho Aquiles de Deidamia, antes su amada, la cual le sigue al campamento griego, disfrazada de hombre. La comedia no tiene desenlace verdadero, refiriéndose á una segunda parte que ha de completar su argumento.
Don Aquiles había entrado de la calle tan regañón, que todos andaban con alas en los pies, huyendo el bulto; al ocupar el sillón de cabecera, notaron los hijos, con terror, que había nubarrones en el horizonte, y metieron los ojos en el plato, abriendo el paraguas de la resignación.
En el comedor, don Pablo Aquiles ocupaba todavía el sillón y misia Casilda había vuelto a sentarse en el sofá, sus manos de cera extendidas sobre la falda negra; se esperaba al niño, a Quilito, que había subido a su cuarto y nunca acababa de bajar a comer. La cocinera asomó dos o tres veces su cara encendida. Espere usted que el niño baje decía la señora con su voz de flauta.
Cada cuadro de la Ilíada es una escena como ésas. Cuando los reyes miedosos dejan solo a Aquiles en su disputa con Agamenón, Aquiles va a llorar a la orilla del mar, donde están desde hace diez años los barcos de los cien mil griegos que atacan a Troya: y la diosa Tetis sale a oírlo, como una bruma que se va levantando de las olas.
No se moleste usted, volveré más tarde... ¿A quién tengo el honor...? Soy la tía de Aquiles Vargas. Ya los otros se despedían. No faltarme esta noche dijo míster Robert, hoy es el santo de mi padre, y mal que mal, lo celebraremos con pasteles hechos de manos de mi mujer. Salieron los dos, y el ex socio de Jacintito condujo a la señora al sofá. Usted dirá, señora...
Siempre que don Pablo Aquiles volvía de la oficina, éste era el tema favorito de conversación con su hermana; sentado al lado de la lumbre, cuando había leña, y mirando melancólicamente los pajarracos de la pantalla de chimenea, cuando ésta estaba apagada.
Verdad es que la casa de don Pablo Aquiles quedaba un poco al oeste y lejos, por lo tanto, del centro del bullicio, pero él pensaba lo que era en sus tiempos aquella fiesta: de día, pruebas, palo jabonado, rompe-cabezas en la Plaza de la Victoria, y fuegos artificiales, por la noche. ¿Qué digo en sus tiempos? hasta hace poco se cumplía idéntico programa.
Casilda dijo don Pablo Aquiles a su hermana, voy a salir; cuidado con la reja del zaguán, y no dormirse hasta que yo vuelva, que no será tarde.
Manuel, una capa y un buen reloj; Momo, un vestido completo, una faja de seda amarilla y una escopeta; las mujeres y los niños, telas para trajes y juguetes; Anís, un barrilete, o cometa de tan vastas dimensiones, que cubierto con él desaparecía su diminuta persona, como un ratón detrás del escudo de Aquiles.
La señora le oía y se reía. ¡Qué cabeza más destornillada! era un tarambana, y nunca haría cosa de provecho, si no tenía más juicio y no dejaba de lado aquellas ideas de fortunas improvisadas, que le quitaban el sueño. Dióle el billete de dos pesos, que sacó de su cartera de tafilete, a tiempo que don Pablo Aquiles golpeaba las manos en la puerta del comedor, impaciente.
Palabra del Dia
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