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Actualizado: 13 de julio de 2025


Con esto no podía transigir don Pablo Aquiles: ¡todo, menos eso! se buscaría, se pensaría, se iría a golpear a todas las puertas, y cuando todas se hubieran cerrado, entonces... y aun así, ¡quién sabe!

Narciso en lindeza, Aquiles en valentía, en música un Orfeo. Y qué recato para penar, qué constancia en el querer. A mi fe, señora, que si él no consigue hablaros una vez tan sólo, una de estas noches, mataréis con vuestro rigor al galán más gentil que jamás vieron los ojos. Eso no podría ser sin daño para mi honra repuso brusca y nerviosa Beatriz.

El rayo había caído, y sin embargo, don Pablo Aquiles vivía, sentado en su sillón, paseando sus ojos atónitos de misia Casilda, inmóvil, a las cigüeñas de la pantalla, mudas confidentes de sus cavilaciones, y en esta mirada parecía preguntarles qué era aquello, qué significaba, aquello, porque él, francamente, no lo comprendía...

A todos sus animales les impuso nombres mitológicos y legendarios: Aquiles, giro; Ulises, colorado; Héctor, gallino; Hércules, negro; Roldán, dorado; Manfredo, cenizo; Carlomagno, negro también; etc., etc. En las otras galleras abundaban los nombres de toreros.

Minerva está con Aquiles: le dirige los golpes: le trae la lanza, sin que nadie la vea: Héctor, sin lanza ya, arremete contra Aquiles como águila que baja del cielo, con las garras tendidas, sobre un cadáver: Aquiles le va encima, con la cabeza baja, y la lanza Pelea brillándole en la mano como la estrella de la tarde.

En la Ilíada no se cuenta toda la guerra de treinta años de Grecia contra Ilión, que era como le decían entonces a Troya; sino lo que pasó en la guerra cuando los griegos estaban todavía en la llanura asaltando a la ciudad amurallada, y se pelearon por celos los dos griegos famosos, Agamenón y Aquiles.

Pablo y Gregoria llegaron silenciosos a la casa paterna, que entonces más que en ocasión alguna, parecía convento de cartujos; y empujando la puerta entornada, atravesaron el zaguán y el patio desiertos, donde algunas plantas amarilleaban ya bajo el cielo nublado de otoño, y entraron en la alcoba de don Aquiles.

Revolucion sin lanzas ni fusiles, Un alto pensamiento fué su Aquiles, Y la razon su escudo tutelar; Revolucion fundada en la justicia, Que tuvo los principios por milicia, Y por columna ardiente la verdad. Revolucion con cauda de cometa, Que atravesó el espacio, cual saeta Despedida del arco del Señor; Parto de mil ideas generosas Que volaron en chispas luminosas Por todo el continente de Colon.

Daba a esta palabra tal acentuación, que parecía un latigazo. ¡Y luego, pretender perdón y olvido! Bastante se había hecho con evitar el escándalo, no acudiendo a los tribunales, contentándose con romper toda relación. Don Pablo Aquiles callaba, convencido de la verdad y justicia de aquellas lamentaciones.

Veíalos yo durante la baja mar de lo alto de una roca, y á pesar de encontrarme muy elevado, al observar que los miraba, la asamblea emprendía su retirada, corriendo de través los guerreros y metiéndose en un instante cada cual en su garita. Ellos no son ningunos Aquiles sino más bien Aníbales. Sólo atacan cuando se sienten fuertes, devorando á vivos y muertos.

Palabra del Dia

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