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Actualizado: 10 de junio de 2025


Creí que estaba usted en el bosque, de otro modo no me hubiera atrevido... Delaberge vio su palidez, sus labios crispados, su espanto. Seguía murmurando la pobre palabras ininteligibles y se apoyaba para no caer en el repecho de la chimenea, sin atreverse a levantar los ojos. Sintió Delaberge una profunda lástima...

Cuando pensaba así, oyó el Magistral a su espalda, detrás del árbol en que se apoyaba, al otro lado del seto, una voz de niño que recitaba con canturia de escuela «Veritas in re est res ipsa, veritas in intellectu...» Era un seminarista de primer año de filosofía que repasaba la primera lección de la obra de texto, Balmes.

El brazo izquierdo se apoyaba en el instrumento y la cara descansaba en una mano, oculta casi por la palma y los dedos. Con la diestra armada de un palillo golpeaba lentamente uno de los parches, y así permanecía inmóvil, en actitud reflexiva, con el pensamiento concentrado en su improvisación, contemplando el inmenso horizonte del mar a través de sus dedos.

Para ser una mujer de guerra, estaba demasiado gruesa y tenía los pies inseguros. Fué subiendo la mano poco á poco para que el emisario no sufriese rudos balanceos, y al tenerla junto á sus ojos lanzó una exclamación de sorpresa. ¡Profesor Flimnap! La traductora saludó quitándose el casquete alado, mientras apoyaba su mano izquierda en la empuñadura de su espada.

El mismo Capitán, para acelerar una operación que tanto podía contribuír a poner a flote el junco cuando subiera la marea, había trabajado con sus propias manos para efectuarla; después se dedicó, en unión del viejo piloto, a trasladar a la banda de babor los víveres, los baúles y todos los objetos pesados para aligerar la banda de estribor, que se apoyaba en el banco.

Vamos, me voy á casa del señor Gabriel Cornejo; no es muy buena casa, pero mejor estaré allí que en la calle, y sin linterna... y con esta noche... pues señor, por lo que pueda suceder desnudemos la daga y vamos de prisa para llegar cuanto antes. Y el cocinero arrancó. Pero á los pocos pasos tropezó y cayó. Al caer sintió bajo de si un cuerpo humano. Una de sus manos se apoyaba en su semblante.

No si era el verdugo ni si era un matador pagado respondió Momo ; lo que es que la agarró por los cabellos y la dio de puñaladas; lo vi con estos ojos que ha de comer la tierra, y puedo dar testimonio. Momo apoyaba sus dos dedos, debajo de sus ojos, con tal vigor de expresión, que aparecieron como queriendo salirse de sus órbitas. Las dos buenas mujeres lanzaron un grito.

Pasó un soldado con la cabeza vendada bajo el kepis y una flor en una oreja, sonriendo á una muchacha rubia que se apoyaba en su brazo y canturreando los dos.

Aquel día se iba á dar la batalla sobre la cuestion de la enseñanza del castellano por la que estaban allí desde hace días el P. Sibyla y el P. Irene. Se sabía que el primero, como Vice Rector, estaba opuesto al proyecto y que el segundo lo apoyaba y sus gestiones lo estaban á su vez por la señora condesa. ¿Qué hay, qué hay? preguntaba S. E. impaciente.

Usted sabe bien por qué espero bailar con usted sola esta noche... Y mientras hablaba, con una presión suave de su brazo, sobre el cual se apoyaba la mano de la joven, la atrajo hacia él. María Teresa, turbada, trató de separarse un poco. Huberto continuó: ¿Quiere usted que la lleve donde están sus amigas?

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