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Actualizado: 10 de mayo de 2025
El deber, el deber... es cumplir con la gente, ¡Fermo! ¿Y por qué se le ha antojado al espantajo de don Cayetano encajarte ahora esa herencia? ¿Qué herencia? De Pas daba vueltas en una mano al sombrero de teja, de alas sueltas, y se apoyaba en el marco de la puerta, indicando deseo de salir pronto. ¿Qué herencia? repitió.
Don Ramón no sabía la letra sino á medias, pero lo cantaba con el mismo entusiasmo que si la supiera. Sobre los cuales se apoyaba sin cesar hasta concluir el allegro. ¡Hola! D. Ramón, le dije un día desde la cama; parece que le gusta á V. Los Puritanos.
El mocetón gemía al decir esto, mientras su amigo, que había acabado de comer, apoyaba pensativo su frente en una mano. Pues, hijo murmuró Fermín. No entiendo este jeroglífico.
Pero lo que no pude observar sin compadecerme fue el rostro de Enrique, que, pálido y sin poder apenas sostenerse, se apoyaba en la chimenea. La desesperación reflejábase en todas sus facciones, dejándome adivinar lo que pasaba en el alma de aquel desventurado joven. ¡Haberse herido por ella, por pasar un mes cerca de ella, y perder tanta ventura por un capricho!
Juana, en medio de la confusión y estupor general, completamente despejada, de pie también, fría, impasible, se apoyaba con una mano en una silla.
Me asomé a una ventana abierta en la pared del Este junto a una alacena, y vi lo que ya me había imaginado: el peñascal negro, jaspeado de grietas con vegetaciones silvestres y separado de la casa por un callejón pendiente, de lastras resbaladizas. Al volver al comedor por la salona, halléme con mi tío que entraba en él por la puerta de enfrente. Llegaba fatigoso y se apoyaba en un bastón.
La tapada apoyaba con indolencia su brazo, un brazo mórbido y magnífico, á juzgar por el tacto; su andar era reposado, grave, indolente; el movimiento de su cabeza lleno de gracia, de atractivo; su voz sonora, dulce, extremadamente simpática, y se exhalaba de ella una leve atmósfera perfumada.
La impaciencia, la natural impaciencia, mezcla de ternura de hijo y del deseo de ser alabado, era la que le agitaba en aquel momento, ansioso de caer con sus premios en los brazos de su padre, de su madre, de Lilí, su hermanita del alma... Sentado en el testero del carruaje, con sus premios muy agarrados, apoyaba los piececillos en el asiento de enfrente, haciendo verdaderos esfuerzos para delante, que creía él ayudaban al coche a rodar más rápidamente.
Á lo lejos desaparecía entre los árboles á todo correr un hombrachón que llevaba un lío en una mano y apoyaba la otra sobre el costado como si le dolieran los ijares de tanto reirse. ¡Vedlo! aulló el batanero. ¡Allí va! Vos me sois testigo, para dar con él en la cárcel de Chester. ¡Que se me lleva mi hábito! ¿Pero qué ha pasado aquí? ¿Quién es aquel hombre?
Era suya cada una de sus actitudes y de sus gestos, era suya la humildad llena de gracia con que rezaba, era suya la cara que se apoyaba sobre las manos juntas, cuando el sacerdote levantaba el cáliz y todo el mundo caía de rodillas.
Palabra del Dia
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