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Actualizado: 10 de mayo de 2025
El cuarto correspondía a la cama y el enfermo no desmerecía de tan atroz conjunto. Tendido a lo largo, D. Carlos se apoyaba en el codo izquierdo. Delante tenía una silla, sobre la cual había un papel, y en aquel papel fijaba los ojos y la mano vacilante, trazando, al parecer líneas o puntos.
En la muralla que rodea el campo de los penados se apoyaba un pequeño edificio en cuya puerta se leía, en letras negras y rojas, estas palabras: Pretorio disciplinario. Era el tribunal ante el que comparecían los indisciplinados para responder de sus fechorías. Un estrado y unos cuantos bancos guarnecían la sala, cuyas paredes estaban tendidas de cal.
Apoyaba su pecho en el de Fernando, ponía la cabeza en su hombro, indiferente a que alguien pudiese sorprenderlos, creyéndose sola con él en medio del Océano. Suspiraba lacrimosamente, como si la noche que venía pudiese traerle la desgracia... Ojeda se impacientó. Muy hermosa la puesta del sol, pero él no podía comprender tanta sensibilidad.
Se removía en su asiento, se alzaba de él, se apoyaba sobre la mesa hasta casi tenderse, balanceaba la cabeza, sonreía y, cuando el presidente le dirigía por casualidad una mirada, avanzaba todo el cuerpo en dirección al magistrado. Era evidente que sabía algo y ardía en deseos de decírselo al tribunal.
Y durante esas horas, sentado junto a la soledad de su triste fuego, apoyaba los codos en las rodillas, se apretaba la cabeza entre las manos, y gemía aún más despacio, como si tratara de no ser oído. Sin embargo, no estaba tan completamente abandonado en su desgracia.
Sin embargo, leyendo con atencion sus palabras, y cotejándolas unas con otras, se ve que no era esta su idea; aunque tal vez no habria inconveniente en decir que no se daba exacta cuenta á sí propio de la diferencia que acabo de indicar, entre un raciocinio y la simple consignacion de un hecho; y que al concentrarse en sí mismo, no tuvo un conocimiento reflejo bastante claro del modo con que se apoyaba en su principio fundamental.
La mano izquierda había desaparecido con una parte del antebrazo. La manga colgaba sobre el vacío doloroso del miembro ausente. La otra mano se apoyaba en un bastón, auxilio necesario para poder mover una pierna que no quería recobrar su elasticidad. Pero Chichí estaba contenta. Veía á su soldadito con más entusiasmo que nunca: un poco deformado, pero muy interesante.
La leche les repugnaba, ahítos de su abundancia. Los pastores viejos sentían sublevarse su probidad cuando algún zagal ayudaba a la muerte de una bestia con el deseo de comer carne. ¿Dónde encontrar gente más buena y resignada?... Al oír Zarandilla estas reflexiones de Rafael, las apoyaba con entusiasmo.
Por delante de las grandes nubes de un color violeta obscuro que se amontonaban allá en el horizonte sobre las cuatro o cinco casas de El Moral cruzaban velozmente otras pequeñas y blancas como jirones arrancados de una gasa; signo cierto de borrasca. María sintió de pronto vibrar el cristal en que se apoyaba. Una ráfaga de aire y de lluvia había azotado con fuerza la ventana.
La que apoyaba en la misma montaña para los alcázares del califa: en los cuales se alojaban además del dueño 6300 mujeres entre concubinas de mayor ó menor categoría, criadas y sirvientes; y donde habia para ellas 300 baños.
Palabra del Dia
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