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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Pero al salir el 13 por segunda vez y cobrar el príncipe otro máximum, un murmullo del público aplaudió al vencedor. Corrían los curiosos, dejando abandonadas las otras mesas. Esta mañana iba á ser tan famosa en el Casino solitario como las tardes y las noches más célebres, cuando luchan con la suerte los jugadores ricos. Lubimoff cambió de número. Era absurdo insistir en el 13.
Más claro, veo en ese refinamiento un coquetismo, una ridiculez, y creo que la ridiculez y la coquetería no son un homenaje tributado al público, ni á la actriz, ni á la mujer. El tenor se retiró haciendo cortesías exageradas, y ella quedó en la escena inclinada hácia el público, como la red que baja al fondo para rastrear algo. La actriz no se engañaba; el público aplaudió.
Muy de corazón aplaudió la habilidad y delicadeza que demostró su digno vástago cuando uno, y dos y tres jóvenes de lo más distinguido de la sociedad, se acercaron a ella solicitando el favor de un vals o cosa parecida, y fueron cortés y fríamente despedidos por la robusta alemana, que no bailaba porque... aquí una disculpa torpemente zurcida, pero mal compuesta con toda intención.
Se aplaudió muchísimo; las señoras se conmovieron y agitaron los pañuelos con entusiasmo, esparciendo por el ambiente caldeado mil perfumes de opoponax, fleur d'Italie, reseda, etc. Era una leyenda altamente patética. No me sorprendió nada que se hubieran impresionado vivamente.
Es más: D. Juan aplaudió la idea de escribir novelas fundadas en hechos reales, y me animó á que siguiese cultivando el género. Esto nos movió á hablar del Comendador Mendoza. ¿El vulgo dije yo, cree aún que el Comendador anda penando, durante la noche, por los desvanes de la casa solariega de los Mendozas, con su manto blanco del hábito de Santiago?
El espada, por una casualidad, mató medianamente dos novillos, y el público, que en su mayor parte había entrado gratis, aplaudió al niño del tabernero. A la salida apareció el padre capitaneando una ruidosa tropa de golfos. Acababa de recoger a todos los que vagaban por los alrededores de la plaza y a los que se habían colado en ella aprovechando la falta de vigilancia en las puertas.
Aumentaba la ruidosa protesta con estas fugas. «¡Señor presidente! ¿Era que estaba ciego su señoría?...» Comenzaban a caer en el redondel botellas, naranjas y cojines de asiento en torno de la bestia fugitiva. El público la odiaba por cobarde. Una botella dio en uno de sus cuernos, y la gente aplaudió al certero tirador sin saber quién era.
El pueblo había recogido la corona arrojada en un rincón del Palacio y se la había puesto sobre sus sienes duras. ¡Bien, bien, bien! Y se aplaudió a sí misma, se palmoteó con esas manos inmateriales, que para apoyar sus discursos tiene el corazón. ¡Pleito! Esta palabra, anunciadora de una gran idea, se le quedó fija en la mente desde entonces, como grabada en fuego.
Todavía en estos últimos años las consecuencias de sus tropelías le han servido para consumar su obra unitaria. El Gobierno de Chile, despreciado en sus reclamaciones sobre males inferidos a sus súbditos, creyó oportuno cortar las relaciones comerciales con las provincias de Cuyo. Rosas aplaudió la medida y se calló la boca.
Cuando el toro, recobrando su agresiva fiereza, bajó las astas, el torero rodó hacia las patas, poniéndose de este modo fuera de su alcance, y el animal pasó sobre él, buscando vanamente en su feroz ceguera el bulto al que acometía. Se levantó Gallardo, limpiándose el polvo, y el público, amante de las temeridades, le aplaudió con el entusiasmo de otros tiempos. No sólo celebraba su audacia.
Palabra del Dia
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