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Actualizado: 25 de junio de 2025
Morales y Jaramillo debían tal vez sus apellidos y la poca sangre europea que corría por sus venas á dos conquistadores españoles llegados al país siglos antes; pero en realidad eran dos mestizos guaraníes, pequeños, ágiles, débiles de miembros aparentemente, y con una resistencia asombrosa para la fatiga y las privaciones.
Pero estos mismos apellidos los llevaban cristianos viejos, y era el capricho tradicional el que separaba a unos de otros. Sólo habían quedado marcadas por el odio popular las familias descendientes de los que fueron azotados o quemados por la Inquisición. El famoso catálogo de los apellidos estaba sacado indudablemente de los autos del Santo Oficio. ¡Una felicidad el hacerse cristiano!
Y esto es porque no hay entre ellos sino cuatro apellidos de linajes, que decienden de la casa Otomana, y los demás, como tengo dicho, toman nombre y apellido ya de las tachas del cuerpo y ya de las virtudes del ánimo.
En el partido de mi tía, es necesario decirlo para ser justo, y sobre todo para ser exacto, figuraba la mayor parte de la burguesía porteña; las familias decentes y pudientes; los apellidos tradicionales, esa especie de nobleza bonaerense pasablemente beótica, sana, iletrada, muda, orgullosa, aburrida, localista, honorable, rica y gorda: ese partido tenía una razón social y política de existencia; nacido a la vida al caer Rozas, dominado y sujeto a su solio durante veinte años, había, sin quererlo, absorbido los vicios de la época, y con las grandes y entusiastas ideas de libertad, había roto las cadenas sin romper sus tradiciones hereditarias.
Esta enumeración interminable parecía corta a muchos, que hacían un gesto de protesta al callarse el predicador. «Otros estuvieron, y no los nombran», murmuraban los payeses cuyos apellidos no habían sonado. Todos querían ser descendientes de los guerreros del capitán Angelats.
Cuando yo iba a la escuela estaban más vivos que ahora los odios de la lucha por la Independencia, y eso que había pasado más de medio siglo. España era una madrastra cruel y los españoles unos «gallegos» brutos, que sólo habían sabido esclavizarnos y explotarnos... Y esto nos lo enseñaban en idioma español, y además, el maestro y los discípulos llevábamos todos apellidos españoles.
Este viejo se llama don Víctor y tiene dos o tres apellidos como todos los mortales; pero, ¿para qué consignarlos? Ya don Víctor no es casi nada; es un resto de personalidad; es un rezago lejano de ente humano.
Y los dos segundos, del Moral y Cámpora, significan el abolengo, la tradición, la historia patria. Y es natural que Rosalía luzca estos dos apellidos aristocráticos junto a los otros oscuros, aunque meritorios.
La crónica de esta semana me la da hecha una carta que acabo de recibir de mi mejor amiga, compañera en el colegio y luego en los salones, Rosalía Arregui del Moral de Pérez y Cámpora. Esta retahila de apellidos merece una pequeña explicación.
«Señor de Avrigny: »He cumplido veintitrés años, me llamo Amaury de Leoville y llevo, por lo tanto, uno de los apellidos más antiguos de Francia, venerado en los consejos e ilustre en los ejércitos. »A fuer de hijo único, heredé de mis padres una fortuna de tres millones de francos en bienes raíces, que me producen más de cien mil de renta.
Palabra del Dia
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