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Actualizado: 2 de mayo de 2025
Al fin apareció doña Clara, sencillamente vestida de casa, pero elegante; con un ancho traje de seda negra y una toquita blanca en los cabellos. ¡Oh! ¡felicidad mía! exclamó el joven levantándose con tal rapidez, que no pudo evitar doña Clara que la abrazase y la besase en la boca. La joven dió un grito y quiso desasirse, pero no pudo.
Contra el testimonio de sus propios ojos alegaba el instinto, una voz interior que le señalaba sin cesar a su enemigo. Apareció éste en la tertulia. Saludó fríamente a Amalia y se fue derecho al gabinete; pero Manuel Antonio le retuvo tirándole por el faldón del frac. ¿Dónde vas, Luis? Ven aquí, muchacho; no te nos enfrasques tan pronto en el juego.
Llegaban á sus oídos los ruidos de la tienda, pero no los percibía; en cambio notaba perfectamente las vueltas que Soledad daba por la casa buscando sus enseres. Al cabo de rato largo apareció ésta y le dijo desde la puerta: ¿Quiere usted venir á ver el baúl? ¿Para qué? Para saber si me llevo algo que le pertenezca.
No se necesitaba ser lince para comprender de qué se trataba. Debo ante todo... Cuando tuve el honor de ser presentado a ustedes... Sentiría muchísimo... No hallaba medio de tomar la embocadura. Estaba cada vez más turbado. En aquel momento apareció en la puerta Carlota.
En efecto; se levantó un tapiz y apareció doña Clara, radiante de galas y hermosura: llevaba un traje de brocado de oro sobre verde, con doble falda y con segunda falda de brocado de plata sobre blanco; en los cabellos, en la garganta, sobre el seno, en las brazos, en la cintura, llevaba un magnífico aderezo completo.
La servidumbre iba y venía de un lado a otro, trasladando ropas, sombreros y trebejos diversos. Saliendo de una habitación interna, apareció Margarita, envuelta en una ligerísima bata, sofocada, jadeante, encendida. Me tendió sus torneados y blancos brazos. ¡Marianela!!!... ¿Pero qué barullo es éste? ¿Levantas la casa? ¿Te mudas? Preparándome para Mar del Plata.
Así recobró lo que en jerga real llamaba él sus derechos, inaugurando los diez años de fusilamientos y persecuciones en que la figura de Tadeo Calomarde apareció al lado de Fernando, como Caifás al lado de Pilato.
Arturo aguardaba en el escenario, hablando con varios jóvenes y con Lubert, el director, a quien, en aquel instante, estaba recomendando a Judit. Cuando ésta apareció, avanzó él a su encuentro, a la vista de todos, y juntos bajaron por la escalera particular de los artistas.
En París, aun por la mañana, yo no me atrevía; me miraban demasiado, y eso me molestaba... Pero aquí... ¡nadie!... ¡nadie!... ¡nadie!... En el momento en que Bettina, algo embriagada ya con el aire y la libertad, lanzaba triunfante sus tres: «¡Nadie, nadie, nadie!» apareció un caballero, que se adelantaba al paso, al encuentro del carruaje.
El humo de los hornos que durante toda la noche velaban respirando con bronco resoplido se plateó vagamente en sus espirales más remotas; apareció risueña claridad por los lejanos términos y detrás de los montes, y poco a poco fueron saliendo sucesivamente de la sombra los cerros que rodean a Socartes, los inmensos taludes de tierra rojiza, los negros edificios.
Palabra del Dia
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