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Actualizado: 2 de mayo de 2025
Algunos minutos después un enjambre de graciosas jóvenes descendía a la arena. Este baño era el acontecimiento esperado de la mañana. Al llegar a la orilla del mar, María Teresa dejó caer su peinador a sus pies y apareció delicada y flexible.
Al hablar así con verdadera efusión, Juanita tendió, en efecto, las manos a don Andrés. Don Andrés las tomó entre las suyas. Juanita apareció entonces tan confiada y tan hermosa a los ojos del cacique, que este le dijo: ¿Por qué tu amistad solamente? ¿Por qué no tu amor? Ambos somos libres. Amándonos no tendremos que engañar a nadie.
Volvieron a oirse los pasos de los que le perseguían. No se van pensó. Efectivamente, no sólo no se fueron, sino que llamaron en la casa con dos aldabonazos. Apareció de nuevo la vieja con un farol y se puso al habla con los de fuera sin abrir. ¿Ha entrado aquí algún hombre? preguntó uno de los perseguidores. No. ¿Quiere usted verlo bien? Somos de la ronda. Aquí no hay nadie.
Conste, pues, que meditó largo rato, y que después apareció como ensimismado y lleno de confusiones. ¿No se habían disipado sus recelos? Sin duda no. De su talante sólo puede decirse que tan pronto parecía muy alegre como muy triste.
Al mismo tiempo apareció a la puerta de la taberna, y la tapó casi toda, un hombre, especie de tonel de grasa, en forma, tamaño y aseo.
Poco después de hacerlo apareció Venturita con un peinador blanco que dejaba ver enteramente la garganta de alabastro y una parte de su hermoso seno virginal. Traía sueltos por la espalda los cabellos, y calzaba unos lindos pantuflos bordados. Venía a despedirse para ir a la cama.
Mucha gente había pasado sin contestar al «¿quiere un bote?» con que el raquero interpelaba á todo el mundo, cuando apareció en escena un señor que, según dijo el pillastre, traía cara de flete. Usté, ¿quiere un bote pa dir á bordo? le dijo, como tenía por costumbre, así que le tuvo á su lado.
El centinela de la torre del mar de Mármara había escuchado sobre el agua un golpe siniestro. A la mañana, al otro lado del Bósforo, apareció en la orilla opuesta el cadáver de un eunuco estrangulado.
Hasta los criados debían andar por arriba viendo los juegos. ¡Si Fernando apareciese de pronto!... Esta idea la hizo temblar con estremecimientos de miedo y de dulce inquietud, segura de que si él se presentaba su caída era inevitable, convencida de antemano de la flojedad de su resistencia. Y él apareció, sin que ella, avisada por su presentimiento, mostrase gran sorpresa.
La niña fue, pues, bautizada, habiendo decidido el pastor que un doble bautismo era el riesgo menos grande que se podía correr. Con este motivo, Silas, después de vestirse lo más limpio y elegante que pudo, apareció por primera vez en la iglesia y tomó parte en las prácticas que sus vecinos consideraban como sagradas.
Palabra del Dia
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