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Y la temblaban las piernas, balbuceaba y no se atrevía a alzar los ojos por no ver a su cuñado. A lo lejos sonaban chirridos de ruedas; voces prolongadas se llamaban a través de los campos, rasgando el silencioso ambiente del crepúsculo. Marieta miraba con ansiedad el camino. Nadie. Estaban solos ella y su cuñado.

Cada vez que resonaba un reloj á lo lejos, el corazón de doña Ana cesaba de latir; cada vez que resonaban pasos en la calleja á donde daba el postigo de su casa, una ansiedad mortal la devoraba. Los pasos se acercaban, llegaban, se alejaban. No era el rey. Al fin, dieron á lo lejos las doce de la noche.

Salió inmediatamente, también presentada por ésta, D.ª Josefa, el ama del excusador. Se decía que esta señora tenía pruebas de la inocencia de su amo, que iba a relatar cosas muy curiosas. Se esperaba su declaración con ansiedad.

¡Vod, Vod! exclamó el viejo con voz desgarradora , ¿qué te ha hecho tu hijo Luitprand? ¿Por qué le prefieres a otro cualquiera? Y durante algunos segundos permaneció como anonadado; pero de repente, poseído de un feroz entusiasmo, y blandiendo su cetro, se lanzó fuera de la caverna. Dos minutos después, Wetterhexe, de pie a la entrada de la cueva, le seguía con mirada llena de ansiedad.

La pobre mujer, después de una rápida mirada por todo aquel esplendor que la rodeaba, volvió, con mayor ansiedad que antes, sus ojos hacia ... , hacia , que era un extranjero desconocido. Y pensé: ¿le escucharán sus plegarias esas magníficas imágenes divinas? ¡Ah! no lo sabía.

Después pensó pedir a doña Rebeca, francamente, una entrevista con la muchacha. Se dirigió a Rucanto lleno de ansiedad. Parecía que le esperaban o que le habían visto acercarse, porque le recibió con mucha gracia una sirviente, conduciéndole a la sala donde, con grata sorpresa, encontró a Carmen sola. Estaba bordando.

Su primer movimiento fué de retroceso; pero el guía continuó impasible su camino, y acabaron por seguirle. Ferragut sonrió. Sabía adónde iban. La callejuela de los Lupanares estaba próxima. El guardián abriría una puerta, quedándose luego en acecho, con dramática ansiedad, como si expusiera su empleo por esta complacencia á cambio de una propina.

¿Por qué lloras? preguntó, acercando su rostro al de la dama. Lucía no contestó. ¿Por qué lloras? volvió a decir con ansiedad. ¿Te he ofendido? ¿Acaso ya no me quieres?...

El conde la contemplaba con los ojos dilatados, expresando la ansiedad y el espanto. De modo que lo que me han dicho de los martirios que haces pasar a nuestra hija ¿es cierto? ¡Y tan exacto! Y aún no los sabes por completo... Mira, voy a referírtelos todos para que no te llames a engaño...

Las dos amigas acudieron á la alcoba á dar agua á la enferma. Entonces notaron con pena y sobresalto que la fiebre había crecido. Las palpitaciones del corazón de Doña Blanca eran tan violentas, que se hacían perceptibles al oído. ¿Qué siente V., señora? preguntó Lucía... Una ansiedad... una fatiga... respondió Doña Blanca, el corazón me late con tanta fuerza.